Biblioteca nacional de España (6 de julio de 2011)
Soy un veterano y siempre flamante usuario de la Biblioteca Nacional.
Veterano porque hace casi medio siglo, durante el verano de 1962, estuve por primera vez en ele edificio de Recoletos para preparar una memoria de licenciatura sobre los años de aprendizaje de Clarín o sea sus primeras producciones periodísticas en El Solfeo y La Unión , tiempos aquellos en que no existía ninguna Biblioteca digital y se había de copiar los artículos a mano (ya estaba prohibido fotocopiar los periódicos) o encargar microfilms, hoy borrosos. Así y todo, cuarenta años más tarde, este trabajo me permitió preparar el tomo V de las Obras Completas de Leopoldo Alas Clarín (Oviedo, Nobel, 2002, 1235 págs.).
Siempre flamante porque he ido acompañando y aprovechándome de los progresos tecnológicos de la BNE (no es lo mismo hacer estadística bibliográfica retrospectiva del siglo XIX contando fichas que valiéndose del primer intento de Catálogo colectivo del Patrimonio bibliográfico español bajo la dirección de Mercedes Dexeus en 1989 o del actual catálogo informatizado de la BNE o del Patrimonio Bibliográfico Español) y la Biblioteca Nacional me ha acompañado en mis planteamientos científicos permitiéndome descubrir nuevos campos y secciones: creo que menos tal vez África e Infantil , de todos he ido aprovechando las riquezas (incluso del Archivo de Secretaría) y la ultima sección, porque hasta 1991 no existía, fue la sección de Ephemeraque nos reúne hoy.
Recuerdo que al afirmar ante el tribunal de mi Tesis de Estado en 1981 que para una historia literaria de la España del siglo XIX pretendía yo prescindir de las jerarquías establecidas e interesarme lo mismo por los autores consagrados (así lo he hecho con Clarín, Galdós y alguno más) que por un cuadernillo de papel de fumar, no sentí mucha adhesión a la propuesta ni al proyecto.
Me refería a aquellos cuadernillos editados por Victoriano Hernando quien con fines publicitarios y pedagógicos, en décimas y con la peculiar ortografía que propugnaba para el sistema escolar, pregonaba los méritos de su papel de hilo, que no de algodón… (cf. J.-F. Botrel, Libros, prensa y lectura en la España del siglo XIX , Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Ed. Pirámide, 1993, p. 397).
No he cejado en la empresa —una empresa cada vez más científicamente correcta— de reivindicar y recuperar para valorarlos e interpretarlos los impresos «menores» (entregas, pliegos de cordel y de aleluyas, almanaques y calendarios, impresos religiosos, etc. En un prólogo a la edición por Luis Estepa de La colección madrileña de romances de ciegos que perteneció a don Luis Usoz y Río , titulado «En pro de la literatura del pueblo» (Madrid, Comunidad Autónoma de Madrid, 1998, pp. 7-12) algo dije ya al respecto.
Pero la sección de Ephemera stricto sensu no la descubrí yo hasta 1997 cuando para un estudio sobre un álbum «con composiciones» de unos 1500 cromos y cajas de cerillas conservado en la Biblioteca del Institut National de Recherche Pédagogique del que era yo entonces director, busqué más huellas de esta actividad coleccionadora de la señorita Felisa Alcalde y, gracias a Rosario Ramos, descubrí y tuve acceso a los álbumes de Cecilia Gasset de la Rigada (1874) y Enriqueta Sanfiz (1885) que aún no estaban catalogados en la base de datos de la BNE y menos descritos como hoy, en el ya clásico catálogo de 2003, realizado por la misma ( Ephemera. La vida sobre papel. Coleccción de la Biblioteca Nacional, Madrid, Biblioteca Nacional, 2003, pp. 322-331).
En «El mudo mundo de Felisa Alcalde» (http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12159625337094866310624/p0000001.htm#I_0_) se puede comprobar —creo— la trascendencia de una práctica social y cultural aparentemente nimia, pero de cuño muy pedagógico, y también el carácter heurístico del mismo objeto para acceder al mundo mental (al sistema de representación del mundo) de una señorita de la clase media/alta de los años 1870, en la victoriana España.
Después —y vean cómo las preocupaciones científicas se benefician de la sabiduría y amabilidad bibliotecarias—, Rosario Ramos me enseñó, no sé si antes o después del catálogo de 2003, las series de cromos de la Compañía arrendataria de fósforos y cerillas de principios del siglo XX, y me fijé en la n°27, una colección de 75 fototipias de «Célebres poetisas y grandes escritoras» que ha dado pie para otro estudio aún por publicar, titulado «Ardientes mujeres: escritoras y poetisas en cajas de cerillas» donde además de los soportes, estudio la trascendencia de dicha galería de retratos para la elaboración de un nuevo canon literario y su apropiación por las mujeres de la época.
Hace poco, con motivo del XIV Seminario Litteræ celebrado en el Círculo de Bellas Artes (18-20-V-2011) y el del año anterior en la Universidad Carlos III, en los que intervino Rosario Ramos en nombre de la BNE, hemos seguido debatiendo de la adecuación del vocablo Ephemera para dar cuenta de lo que hemos denominado «Impresos no-libros» o sea: todos aquellos impresos, cualquiera que sea el soporte y la tecnología empleados, que resulten del plegado o de la fragmentación de un pliego o se presenten como objetos «sueltos», sin encuadernar, aunque posteriormente puedan llegar a coleccionarse.
Lo más importante es, me parece, la toma de conciencia dentro de los ámbitos biblioteconómicos y universitarios de la relevancia de ese ingente acervo de papeles a menudo sin conservar, inventariar y describir para documentar las prácticas sociales y culturales que los motivaron y siguen motivando, en la propia era digital, y los usos a que pudieron y pueden dar lugar, en una perspectiva antropológica con sus invariantes pero también sus evoluciones y saltos cualitativos y cuantitativos a base de las distintas revoluciones tecnológicas.
Un repaso a los ítems del catálogo de 2003 o de otros tesauros da una idea de lo que cabe en tal categoría. Sin querer añadir variedades a la ya inmensa variedad del campo, valga como muestra este listado alfabético limitado a las letras A-C: Abanicos, Acciones, Aleluyas, Aleluyas procesionales, Almanaques, Argumentos, Auques, Banderines, Bandos, Barajas, Billetes de banco, de lotería, de transporte, BLM, Bolsas, Bulas, Cajas, Calendarios, Canciones, Carnets de afiliación, Carnets de baile, Cartapacios, Cartas de enlace, de hermandad, Carteles, Cartillas, Cédulas de confesión, Cerillas, Colloquis, Coplas, Cromos…
Últimamente mi interés por la cultura visual urbana de los años 1830-1930 me ha llevado a buscar en los carteles del siglo XIX reproducidos en Memorias de la seducción. Carteles del siglo XIX en la Biblioteca Nacional (Madrid, Biblioteca Nacional, 2002), pero también en los bandos, pasquines, etc. y en la propia prensa que también es efímera aunque también se puede conservar, informaciones que completadas con grabados, fotos, etc. y todo lo que en la sección Ephemera da cuenta de la presencia de lo impreso/escrito en el espacio público, permite documentar el progreso general y cada vez más compartido de la cultura impresa y la progresiva contaminación del espacio más privado.
Esto se puede comprobar en la fascinante exposición sobre El arte de la belleza (Madrid, Biblioteca Nacional de España, 2011) de la que fue comisaria Rosario Ramos Pérez y donde entraron una infinidad de documentos impresos de toda laya y todo origen, conservados a pesar de su carácter etéreo y evanescente: solo faltaba, creo, poder oler el perfume de las tarjetas perfumadas.
Como empedernido furtivo (científicamente hablando), no me preocupa mucho la existencia de fronteras o vallas mentales y a veces también físicas e institucionales. Como historiador del libro, para mí la entrega es el cuaderno de que constará el futuro libro, en el que entrarán las láminas que a veces se encuentran sueltas, un libro que se anunciará con algún prospecto conservado aparte y se personalizará con un ex libris o una etiqueta de librero, en el que se habrá dejado un punto de lectura, etc. Como investigador de la historia cultural me valen las distintas secciones de las bibliotecas, los archivos, las hemerotecas, los museos, las librerías e incluso el Rastro.
Pero, ¿cómo no voy a dar por buenos e imprescindibles los resultados del trabajo tan profesional que, por muy discutibles que se me antojen a veces las fronteras, en cada institución o en cada departamento o sección se lleva a cabo para la conservación, la descripción y la puesta a disposición del material y de la información que necesito? Y sé que en el caso de las ephemera o no libros queda además un inmenso trabajo retrospectivo por hacer para poder completar y enriquecer unos fondos que en el pasado se desestimaron por «ilegítimos». ¿Qué será de los actuales no libros efímeros?
Solo me permito encarecer la necesidad, para un depósito nacional, de incluir en sus preocupaciones y cometidos estas muestras de una cultura ordinaria pero tan compartida y de no hacerlo con una perspectiva selectiva desde criterios digamos estéticos –los no libros ilustrados- o más o menos canónicos que son a menudo los de los coleccionistas, porque para el futuro e incluso en la ingente tarea de reconstitución de algo no existente sería introducir un sesgo observable incluso en las grandes colecciones como la de Frederic Marés, en Barcelona, recién inaugurada en su nueva instalación. Adquirir y conservar un Álbum para coleccionar envolturas de caramelos, no solo porque de envolturas relacionadas con el Quijote se trata y también esquelas mortuorias que no hayan pertenecido a la colección de Donoso Cortés.
Muy sintomático de este interés por las prácticas de colección de las clases altas me parecen las dos exposiciones que, bajo la dirección de J. A. Yeves Andrés acaba de proponer la Fundación Lázaro Galdiano sobre los álbumes ( El álbum de los amigos. Templo de trofeos y repertorio de vanidad , Madrid, Fundación Lázaro Galdiano, 2010) y sobre las cartes de visite ( Una imagen para la memoria: la carte de visite . Colección de Pedro A. de Alarcón , Madrid, Fundación Lázaro Galdiano, 2011); en un reciente número de la revista Ínsula (n° 772, abril 2011), dirigido por Marta Palenque, se puede ver cómo de El estudiante de Salamanca de Espronceda pueden dar cuenta las tarjetas postales.
Gracias a la preocupación compartida por sectores privados e institucionales por coleccionar y conservar unos impresos u objetos aparentemente nimios y poco legítimos cara al canon, podrá, pues, un investigador como un servidor documentar la fortuna gráfica y demás de la novela de Bernardin de Saint Pierre Paul y Virginie ( Pablo y Virginia ) en España: con librillos de fumar de la fábrica Simó de mi propia colección, con un ventall del Museo municipal de Barcelona, con una Breve relación de la trágica historia de Pablo y Virginia conservada en Raros, las distintas ediciones de la novela inclusive la de Cabello de 1850 con sus 100 ilustraciones disponibles en la Sala General, la curiosa colección de ilustraciones de la obra de Pablo y Virginia atribuidas a Vicente Peleguer (ER/2176 (57)-ER/2176 (65)) consultada en la Sala Goya, unos documentos muy dispersos pero al fin y al cabo conservados y disponibles, no virtual sino físicamente, y es muy de agradecer que —a veces con guantes, eso sí— me dejen manipular «mis» impresos ya que un impreso nunca podrá reducirse a la imagen de sus páginas o planas.
Y como soy optimista y me sobran proyectos, espero poder sacar provecho científico de las numerosas tarjetas de invitación para bailes particulares de máscaras o trajes de El Gavilán o La Papallona conservadas en la sección Ephemera (a cualquiera se le ha de hacer la boca agua pensando en los múltiples ecos literarios de esta modalidad de sociabilidad concretamente documentada con estos efímeros impresos) y también encontrar más de un ejemplar de la Cruz que compuso el Angélico Dr. Santo Tomás de Aquino para la defensa de los rayos …
Y seguir defendiendo la trascendencia de lo ínfimo y la perennidad de lo efímero, con unas manifestaciones tan entrañables como la tarjeta con sistema adquirida en el Rastro el 18 de marzo de 2010 (Madrid, Ortiz, D.L.M.-4474-63, 16x11, 5 cm) que incluyo a continuación:
Jean-François Botrel (Université Rennes 2)
Biblioteca Nacional de España, 6 de julio de 2011.