"Oratoria popular e improvisación", en: La voz y la improvisación. Imaginación y recursos en la tradición hispánica, Urueña, Fundación Joaquín Díaz, 2008, pp. 95-105.

 

ORATORIA POPULAR E IMPROVISACIÓN.

 

Partiendo de una obviedad y es que, como recuerda Luis Díaz Viana (2007, 29), "todo arte de la palabra —también el de la literatura escrita— remite a la palabra como sonido, al verbo que suena y resuena aunque sea en voz baja, calladamente, si leemos un texto en soledad”[1], cabe tal vez prestar mayor atención a su muy codificada y más canónica manifestación  como es la oratoria, esto es, según Antonio López Muñoz (p. 133), "aquella forma de comunicación en que el hombre expresa de viva voz ante el público sus propias ideas, resoluciones o afectos", el arte de hablar como no se habla, con énfasis con respecto a la palabra natural, utilizado para convencer o persuadir ante un público, con más o menos elocuencia[2].

Este arte de palabra del que se suele tener en cuenta unas distintas y evolutivas manifestaciones profesionales a menudo denigradas[3], pero omnipresentes aún (Waquet, 2003), también se cultivó y sigue practicándose bajo formas no profesionales o populares improvisadas.

         No faltan en efecto situaciones observadas y observables fuera de la esfera culta en las que, con motivo de eventos privados o públicos, de la vida social o empresarial, etc., se ponen por obra, por muy elementales, burdos e imperfectos que sean, unos principios  artísticos pertenecientes a la oratoria como son, por ejemplo, las alocuciones  o brindis con motivo de bautismos, bodas y banquetes, las oraciones fúnebres, las arengas militantes o los "sermones laicos" en el mundo obrero, los aguinaldos, los discursos con motivo de condecoraciones, los pregones de las fiestas patronales o de homenaje y bienvenida como en Fuenteovejuna, hasta los discursos en los cafés decimonónicos o la elemental plegaria, más o menos improvisada o mecánica, escuchada en la calle o en el metro de un mendigo o de una gitana, con su específica entonación y ritmo, sus matices en la voz, más o menos vehemencia o elocuencia e incluso la oratoria muda de una pancarta[4].

         Ya que la oralidad y la improvisación se suelen tener por muy características de la expresión artística popular, procuremos ver, pues, cómo pueden darse determinadas formas de oratoria improvisada y lo que sobre un arte popular de la palabra nos dicen[5].

 

Oratoria e improvisación. La literatura preceptiva suele distinguir entre la oratoria reflexiva —sagrada, forense, política, didáctica o académica y hasta militar— y la oratoria espontánea, o sea: "todos los modos de persuadir que tengan algún carácter artístico y revelen cierto ingenio o talento literario, sin llegar a ser verdaderamente discursos, como la conversación de cierta índole, la discusión privada o las conferencias de maestros y profesores en escuelas, Institutos y Universidades y las cartas y conversaciones por escrito" (Reus Bahamonde).

         Acompañan una serie de disposiciones lingüísticas como “cierto instinto que impele el hombre a hablar como el pájaro a cantar” o sea: el instinto o don natural de la palabra”, la “verbosidad” ("a quien no le falta verbosidad le resulta más fácil hablar a menudo y de manera improvisada") o extralingüísticas que concurren al arte del hablar como son la voz, más o menos "simpática" (Beautain, 1887, 94) y de variable caudal, la pronunciación y elocución (con claridad, elegancia, variedad, energía, etc.), la acción oratoria como complemento del "estilo", o sea: los movimientos de la fisonomía, el continente y las maneras del cuerpo y, sobre todo, los ademanes, ya que hay una elocuencia gestual con su propio código.

         Enuncia, también, las imprescindibles reglas de composición: exordio, proposición, disposición, división, narración, epílogo o peroración

En cuanto a las modalidades de  realización, se fija sobre todo en la "verdadera oratoria" que es la improvisada, o sea, según Silvia (1858, 75), "un discurso o composición hecha de pronto, sin estudio ni preparación alguna”, que, según el abate Beautain (1887, 14) consiste en “hablar a medida del pensamiento, es decir, sin haber coordinado anteriormente las frases; es la repentina manifestación, la expresión de un pensamiento coetánea con este, o el súbito desfogue de una emoción, de un pensamiento”.

Esta “creación en directo” que caracteriza el hablar interpersonal, se aplica también, pues, al hablar en público, trátese de la oratoria espontánea o de la reflexiva.

Excluye cualquiera lectura de un texto o discurso previamente escrito o la recitación/declamación de algo aprendido de memoria por el llaamdo "orador de memoria" quien solo finge improvisar , aunque el orador puede escribir enteramente sus discursos y luego olvidarlos adrede, y, por supuesto, preparar cuidadosamente un esquema, improvisando después sobre los temas así creados y enlazados (Folliet, 1962, 47). Su base es la "viva voz" (por oposición a la voz o palabra muerta que es la que se maneja  en la lectura y en la oratoria reflexiva (López, 135)), correspondiente a un estilo oral hablado vs el estilo oral escrito (Folliet, 1962).

La improvisación puede ser "preparada", en el caso de los discursos que deban pronunciarse en público en presencia de un auditorio conocido con anterioridad, en día determinado, sobre tal o cual asunto, y para obtener cierto resultado” (Beautain, 1887,16). Supone ,“dado el asunto, la preparación del plan o la organización del discurso […], la transportación o impresión del mismo plan, fijada primero por medio de la pluma sobre el papel, en la mente del orador […], el discurso en sí o la realización sucesiva y completa, en lo posible, del plan por medio de la palabra” (Beautain, 1887, 112).

La otra forma es la improvisación espontánea, "cuando lo que se va a decir —pensamiento o sentimiento— se halla en estado latente", y “el que los lleva en sí puede no tener, respecto de los mismos, la conciencia clara, la percepción distinta en el momento en que va a desplegar los labios bajo la impresión de una circunstancia cualquiera o de una excitación imprevista” (Beautain, 1887, 15). Como observa el mismo Beautain (1887, 15-16) —interesa para nuestro objeto—, “no hay reglas ni didáctica posible para esta clase de improvisación: el hombre más rudo, el más ignorante, puede ser elocuente de esta manera un día u otro, si siente con viveza y se expresa con energía por medio de la palabra y de la acción”.

Un discurso improvisado es, según Beautain (1887, 269) “una especie de alumbramiento en presencia del público”[6] y, afirma López Muñoz (p. 134) que  se trata del medio superior para dirigirse al público, por ser más eficiente el "uso de la palabra como raudal que fluye directamente del espíritu y por la propia virtud de este". Según Corradi (1882, 11-12):

 

 "causan muchísimo menos efecto los discursos aprendidos de memoria que los improvisados. En los primeros por más correctos y elegantes que sean el estilo y los pensamientos, se descubre siempre la ficción, el artificio. El orador no es un hombre inspirado que obedece a una exaltación repentina: es solo un cómico que desempeña su papel con más o menos perfección.

Los esfuerzos extraordinarios que requiere el acto de improvisación de todas las facultades físicas e intelectuales, y el sacudimiento eléctrico que al ponerse estas en juego recibe el orador, comunica a sus palabras una energía, una eficacia, un calor que gana insensiblemente al auditorio y se imprime en sus ánimos con caracteres de fuego".

 

Y ¿qué hace el que escucha al improvisador? La respuesta de Silvia (1858 75) es esta:

 

"Arrebatado a una región intelectual, que no tiene costumbre de frecuentar, queda seducido por el contacto delicado de una inteligencia privilegiada y su espíritu despierta, su corazón late y abandona feliz toda su alma al que suministra a esta un alimento y una delicia inexplicables. Movido dulcemente como por una ola amiga, y fascinado en cierta medida por las miradas que lanza sobre el orador, sigue conmovido y lleno de amor al impulso de aquel movimiento magnífico.¡Oh divina comunicación de las almas! ¡Oh sublime y recíproco cambio de pensamiento!”.

 

Como contribución a un hipotético manual retrospectivo del orador e improvisador popular, veamos, pues, de qué manera podían ponerse por obra las mencionadas características en el "arte de hablar" en un ámbito no profesional.

 

La oratoria popular y la improvisación. Plantéase, primero, el problema del acceso a ese desconocido mundo y concretamente el de las fuentes disponibles o posibles.

         Las más abundantes, por ahora, son las literarias que suelen dar cuenta de una mirada superior y despectiva, desde la norma culta, con una finalidad  casi siempre cómica, sobre la oratoria y el orador popular.

         Queda claro, por ejemplo, en el librito titulado Oratoria fin de siglo (Jiménez Guerra) donde se le presta a "Uno de la Unión Escolar" las siguientes palabras: "estoy embarazado, mis queridos compañeros, temo que este parto de mi ingenio resulte un aborto monstruoso", y  donde se supone que en un "Sermón rural" puede el cura dirigirse a sus "amadas hijas en Jesuscristo" de  la siguiente manera: "Imitad la conducta de Eva; vestid como ella, con modestia y sin esa cargazón de telas que constituyen una ofensa al recato…”.

         No menos elocuente resulta la reconstitución por  Arniches en la escena XII del segundo acto de Los caciques, de un discurso "en tono de oratoria rural". Habrá más ejemplos.

         Si bien sabemos que no hubo taquígrafos para un inexistente Diario de sesiones del pueblo y que para documentar la oratoria popular no hay la "pirámide papirácea" a que aludía Galdós (Moreno, 2006, 127), los historiadores sabemos que la supuesta ausencia de fuentes se debe a menudo el no haberse definido el objeto científico y puede que se hayan conservado, además de los textos o de las reseñas de los discursos de los líderes obreros, huellas de palabras pronunciadas por alcaldes de pueblo pero también por gente común y, para el siglo XX, hasta grabaciones.

         Limitándonos, por ahora, a lo más inmediatamente disponible, veamos las posibles líneas de un estudio más sistemático de la oratoria popular improvisada.

         Sobre la dimensión lingüística del estilo oral hablado, nos encontraremos, por ejemplo, que en las alocuciones o los discursos, que en Fuenteovejuna[7] , en la Oratoria fin de siglo de Jiménez Guerra o en los Poemas escénicos de Rafael Alberti, se atribuyen a los oradores populares, abundan las exclamaciones, (“¡Compañeros!"), interrogaciones ("¿Qué hacer en situación tan negra?"), las interjecciones y los ideófonos, las referencias de todo tipo al contexto, una sintaxis natural, sin párrafos pero con periodos, repeticiones y hasta anáforas[8].

         En la arquitectura de los supuestos discursos, no faltan por supuesto, la inicial y ritual interpelación (señores, señoras, compañeros, compañeras), cierta captatio benevolentiae (“yo no soy orador, señores, pero…") y por supuesto el "he dicho" de la obligada conclusión.

Hasta se puede adivinar la función retórica del silencio "elocuente" y comprobar que no falta "verbosidad".

Desde luego, en estos textos atribuidos al pueblo, se nota una evidente pregnancia del modelo de la oratoria culta que posiblemente contamine la oratoria popular efectiva. Falta poder calificar su puesta por obra.

¿Tendrán mayor importancia en ella los elementos no lingüísticos?

Dentro de la función atribuida a la voz (natural, engolada, subida, con tonillo) es difícil, fuera de lo escuchado en las situaciones de recitació de romances o de narración de cuentos, caracterizar una voz propia del pueblo, por supuesto, y más aún contrastarla con los cuatro requisitos necesarios para que un orador sea bien entendido, según Silvia (1858, 65): un grado debido de altura de voz (alto, mediano, bajo), distinción (articulación), detención (moderación en la ligereza de pronunciación), propiedad de pronunciación. Sin embargo los consejos de los especialistas a propósito de lo que hay que evitar o eliminar puede ofrecer alguna pista : "No griten jamás", recomienda por ejemplo Folliet (1962, 112): "la voz chillona y aguda es aún más insoportable en la mujer que en el orador del sexo opuesto" y opone dicha voz a la "voz normal, pausada, ligero matiz, que compensan la claridad y dulzura de pronunciación lo que le falta en potencia y brillo. También aconseja "vigilar los fines de frases para no murmurarlos", y que "el comienzo sea lento, muy lento" vs la "molesta impresión de charlatanear, porque hablan con mucha rapidez, en forma brusca, respirando mal” (Folliet, 1962, 112).

En cuanto a la acción que es el conjunto de las actitudes y movimientos del cuerpo y del gesto, remite a un código de expresión no verbal[9], que se puede ejemplificar con dos momentos de la novela de Dulce Chacón, La voz dormida (2006), en el peculiar marco bajo control de la cárcel[10]. Pero sobre todo no faltan indicios en los cuentos o cuentecillos que remiten a situaciones de performances en alguna medida oratorias en las que el "hablar de manos" pudo ser y puede cobrar una peculiar relevancia.

En la misma perspectiva de prescripción que para la voz, el que a las oradoras principiantes se les recomiende una específica indumentaria (Folliet, 1962, 111-112) y "permanecer correctamente, con un escrúpulo de decencia, pero sin rigidez, sentadas", no cruzar las piernas, no inclinarse hacia delante ni hacia atrás, etc., puede servir para imaginar algunas características del orador no profesional, propenso, como decía un personaje de Shakespeare, a "cortar el aire" (González Subías, 2003).

Con fines didácticos seudo-lancasterianos, hasta llegó algún clérigo —Marín Llorens (1950)— a imaginar una oratoria muda,  a base de mímicas para aprendizaje y control del catecismo.

 

El orador del pueblo. Falta por decidir, para poder estudiarlo, quien ha de considerarse como orador popular improvisador.

Forma parte, desde luego, de los no profesionales de la oratoria, aunque, por delegación de una comunidad y/o habitual dedicación pudo/puede llegar el orador popular a ser un como "especialista", en el sentido que le da Joaquín Díaz (2004).

Se distingue de otros improvisadores, no tanto por su situación al hablar en público, como por la forma y la finalidad: no se apoya, como los/las que cantan los romances (ciegos o depositaria/os de la tradición) en una forma versificada ni en una melodía (aunque pueden existir recursos/esquemas de tipo formulístico). Como el narrador de cuentos habla en prosa aunque, debido a la organización del espacio y a la circunstancia, esforzando la voz y con un tono relativamente elevado —con cierta elocuencia que también puede existir en  el que cuenta cuentos[11], mentiras o imposibilidades y chistes— con respecto al habla interpersonal coloquial, y, por supuesto, no interpreta ningún esquema preexistente, aun cuando puede respetar la normativa de la oratoria semi-improvisada y haber aprendido de memoria para luego pronunciarlo su texto.

Se le atribuye unas características más o menos "artísticas", con la conciencia por parte del orador de situarse en la práctica de un género compartido.

Se da por sentado que en el acto de comunicación, su voz tiene un estatuto preeminente aceptado o no, al dirigirse a un público —no es una comunicación interpersonal— y que no tiene contrincante designado, como en el caso de los repentistas de Brasil o Chile (De Lima, 2006), poetas o vendedores ciegos, improvisadores en el teatro [12], aunque en la cultura obrera, por ejemplo, por el turno de palabra, varios oradores pueden sucesivamente expresarse, con derecho a rectificación, incluso.

En cuanto a la finalidad, pretende “convencer” en nombre propio o por delegación  colectivo, consiguiendo cierta seducción y adhesión que también es pretensión del cuentista o del romancista, aunque a otro nivel, menos "serio", más lúdico, y donde también cabe la parodia, incluso a partir de formas codificadas como los sermones burlescos o disputas impresos en pliegos de cordel.

¿Existirá un arte propio del orador del pueblo? o ¿ se observará y aquilatará en él su aptitud a situarse dentro del código culto?

Una situación bastante vista, en gente del pueblo alfabetizada, es que la oratoria sea una oratoria leída, por ende, no improvisada. Interesante es escuchar, leída/pronunciada por una mujer "oradora del pueblo" —Emilia Sanz—, un texto copiado y perteneciente al ámbito forense, la sentencia de un tribunal de La Habana de 2 de abril de 1870, reproducido en el Boletín de Justicia Militar de 15 de noviembre de 1897[13]: parece que lo buscado a través de la acelerada elocución es la demostración de una aptitud lectora, con una precipitación en la enunciación, con las debidas pausas, de los "considerandos", que raya en parodia. Algo parecido al efecto producido por la retahila de refranes pronunciada por Sancho Panza, por lo imparable.

Pero también se sabe de otras formas más improvisadas a cargo de oradores espontáneos como la escueta y, al fin y al cabo, cómica oración fúnebre recordada por Julio Caro Baroja (1972, 114), la de un viejo cajista, Zarzuela, quien estaba ” velando el cadáver “arreglado” de un amigo, medio bebido" y "estuvo dormitando un rato"[…] “Mas de repente se levantó como inspirado y ante el ataúd, empezó a despedirse de su amigo con palabras altisonantes: “Adiós, fulano…, ya nos dejas, ya nos abandonas en esa perra vida, etc., etc. Cuando estaba a medias de su oración fúnebre miró como más atento al muerto, con sus ojos saltones y miopes, le dijo: “Hijo, ¡si parece que vas a los toros! ¡Solo te falta el puro! Y empezó a llorar”.

Después del discurso del regidor Esteban en Fuenteovejuna, una infinidad de alcaldes de montera o no se habrán dirigido a las autoridades o a sus conciudadanos, otros líderes que Anselmo Lorenzo o Pablo Iglesias habrán hablado en reuniones y mitines, y en el espacio abierto de las ferias y de las calles fueron manifestándose los vendedores charlatanes y oradores de feria o los vinculados con conventos y lugares sagrados[14].

En su  Oratoria fin de siglo, Antonio Jiménez Guerra, al lado del orador de Ateneo, del Forense, del Político, del Orador castelarino, de la Plática cristiana, del Místico, etc., pone en escena al orador anarquista, de meeting, callejero, de feria, al cura rural y al vendedor ambulante, con además una específica insistencia en la oratoria feminista (la mística, la petrolera (“Compañeras: ¡Se acabó el carbón! ¡Ya no guisamos más!"), la doctora, la letrada, una poetisa), reivindicada ya en los años 1880 por Emilia Pardo Bazán (Botrel, 2003). De la misma manera, en la Oratoria infantil (en verso de romance) de José Álamo Naranjo caben el diputado y el poeta, pero también el sacamuelas o el vendedor de romances.

Sabido es, por otra parte, que en la educación elemental se tuvo en cuenta desde muy atrás el aprendizaje del arte oratoria, dando pie para unos discursitos no muy improvisados, por cierto, y sí bien memorizados, como las "predicaciones" del joven Leopoldo Alas en  el Convento de San Marcos de León (Botrel, 2002, 36), la arenga del joven jefe voluntario de la Guerra Civil cuya peculiar actitud ha quedado fijada en una fotografía[15], o el "Discurso preliminar recitado por Julián Fernández del Corral a la edad de 9 años", hallado en un cuaderno manucrito de los años 1940, con "prolusión" y todo[16].

Pero los modelos más disponibles serían, obviamente, los de una oratoria sagrada católica e interclasista, interpretados por los predicadores misioneros o los curas de misa y olla. Valga como ejemplo el  siguiente  exordio del "Discurso sobre los preludios del Juicio final", sacado de una predicación ofrecida por Juan Planas (1871, 17), para todos los días que van desde el Primer domingo de adviento hasta el Viernes Santo, y que contaría, ¿cómo no?, con unos receptores iletrados, no menos pecadores que los demás. Dice así:

 

 “¡Oh tribunal! Yo no te he visto aún, pero todo me dice que debes ser muy formidable: me lo dicen los astros eclipsados, el cielo oscurecido, los elementos perturbados, el fuego saliéndose de su esfera, el mar dando horrendos bramidos, la tierra temblando sobre sus bases, la naturaleza agonizando entre terribles convulsiones, el mundo espirando en medio de un incendio. Pecadores, por toda exhortación, oid y pesad estas tres palabras: El juicio vendrá, el Juez será severo, el castigo durará tanto como Dios mismo. Aprovechaos del aviso. Amen”.

 

Hasta se cuida de hacer asequible el latín, el mismo cura en púlpito cuando dice:

 

“el (oráculo) que, a mi juicio, pone mas de manifiesto toda la vanidad de las cosas terrenas, es el del Sabio que dice que nosotros somos huéspedes en este mundo, y huéspedes de un solo día: tamquam memoria hospitis unius diei praetereuntis. ¡Cuántas cosas dicen estas pocas palabras! ¡Cuánta moralidad encierran! Veámoslo” (Planas, 1871, 47).

 

         ¿No se puede imaginar que la imitación o el remedo del orador sagrado —perceptible en algunos cuentos "de curas" [17]—pudo servirle al incipiente orador o al especialista seglar?

Por lo que se sabe de la narradora —no oradora— popular bretona, Marguerite Philippe (en bretón: Marc'harit Fulup),  también ha de suponerse que el orador popular puede tener, como ella, una especial sensibilidad para tomar en cuenta los gustos, los deseos y los humores del público, con una improvisación guiada en cierta parte por el público y la circunstancia (Sanfilippo, 2007, 80-81).

         Quede la confirmación de estos meros lineamentos para un programa más sistemático.

 

Conclusión. Conste, pues, que hasta ahora, la oratoria en general, la oratoria improvisada en particular y, más específicamente aún, la oratoria improvisada popular es un campo bastante dejado de la mano de los historiadores de la cultura.

         Será, tal vez, más fácil, por consiguiente, empezar a estudiarla como lo que es, o sea: un acto de comunicación, desde una visión comunicativa, prestando menos atención a la figura del orador o al producto oratorio, que al sistema de producción y comunicación. Como recuerda Hernández Guerrero (2003b, 32), “ los oyentes constituyen el factor más importante del proceso comunicativo oratorio”, perciben primero la actio que en la elaboración del discurso es lo último después de la inventio, dispositio, elocutio y memoria, o sea: menos todo lo que es preparación que lo que es "pronunciación" o realización. Conviene, pues, centrarse más, sobre todo en una situación oratoria improvisada de ámbito popular, en lo que Zumthor llama la "obra" o sea: lo que coincide con la totalidad de los factores de la performance: texto, ritmos, sonoridades, elementos visuales y gestuales, inclusive las reacciones del público y las condiciones en que se dearrolla la transmisión" (Sanfilippo, 2007, 75) y prestando especial atención a los aspectos no lingüísticos, a la expresión no verbal, ya que el orador es también un actor por cuenta de los demás y el orador improvisador un actor-intérprete de sí mismo, y su público  recibe los primeros mensajes por la vista (la imagen del orador, la situación, los movimientos, la expresión del rostro), luego los sonidos de la voz y finalmente los significados de las palabras (Hernández Guerrero, 2003b, 35-36).

         Teniendo en cuenta también la dependencia del acto oratorio del contexto concreto en que se da y de su público en el cual,  como recordaba Lopez Múñoz, "cada cual piensa con su cerebro, siente con su corazón y resuelve con su voluntad; para el público en el que, si las ideas y afectos fueran apreciables por el movimiento y el sonido, se verían, como en el mar, olas que marean en fuerza de ir y venir y de empujarse y de bramar sin descanso, etc.".

         Invirtiendo la perspectiva, para procurar adentrarnos por el aún no muy conocido campo de las prácticas culturales populares, tal vez sea preciso situarnos desde la recepción, sin olvidar, como sensatamente apuntaba el orador de Juan Planas (1871, 277), que “todos oyen las mismas verdades, la misma voz, la misma entonación; y sin embargo unos se compungen, y otros se obstinan: unos creen, y otros se endurecen: unos salen convertidos, y otros salen tal vez peores” […] “depende de las disposiciones diferentes con que se viene a oir la palabra de Dios” —y de cualquiera, añadiría este orador.

 

J.-F. Botrel (Univ. Rennes 2.)

 

 

Libros y estudios citados:

 

Álamo Naranjo, José, Oratoria infantil (monólogo), Madrid, sf.

 

Arniches, Carlos, El santo de la Isidra, El amigo Melquíades, Los caciques, Madrid, Alianza editorial, 1988.

 

Beautain, Abate, Estudio sobre el arte de hablar en público por…Traducido por D. N.C. y D. A. B.. Tercera edición, Barcelona, Imprenta del Heredero de D. Pablo Riera, 1887.

 

Botrel, Jean-François, "Leopoldo Alas y Ureña sentado es niño para escribir", in : Vilanova, Antonio, Sotelo Vázquez, Adolfo (eds), Leopoldo Alas "Clarín". Actas del simposio internacional (Barcelona, abril de 2001), Barcelona, PPU, 2002, pp. 33-46.

----, -"Emilia Pardo Bazán, mujer de letras" , en : A. M. Freire López (ed.), Estudios sobre la obra de Emilia Pardo Bazán. Actas de las jornadas conmemorativas de los 150 años de su nacimiento, La Coruña, Fundación Pedro Barrié de la Maza, 2003, pp. 155-168.

 

Cátedra, Pedro M., Invención, difusión y recepción de la literatura popular impresa (siglo XVI), Mérida, Editora Regional Estremeña, 2002.

 

Caro Baroja, Julio, Los Baroja, Madrid, Taurus, 1972.

 

Coll, J., Gelabert, Ma J., Martinell, E., Diccionario de gestos con su giros más usuales, Madrid, Edelsa/Edi16, 1990.

 

Corradi, Fernando, Lecciones de oratoria pronunciadas en el Ateneo científico y literaio de Madrid. 2ª ed., Madrid, E. Mengíbar editor, 1882.

 

Cuartero, José, El orador, Madrid, imp. De Antonio Alvarez, 1910.

 

Chacón, Dulce, La voz dormida, Madrid, Punto de Lectura, [2006].

 

De Lima e Muniz, Mariana, La improvisación como espectáculo: principales experiencias y técnicas aplicadas a la formación del actor-improvisador.Tesis, Universidad de Alcalá, 2004.

 

De Lima e Muniz, Mariana, “La improvisación como espectáculo en España en el siglo XXI”, en: Romera Castillo, José (ed), Tendencias escénicas al inicio del siglo XXI, Madrid, Visor Libros, 2006, pp. 687-700.

 

Díaz, Joaquín, La tradición plural, Madrid, Fundación Joaquín Díaz, 2004.

 

Díaz, Joaquín; Chevalier, Maxime, Cuentos castellanos de tradición oral, Valladolid, Ámbitos, 1992.

 

Díaz, Joaquín;  Delfín Val, José; Díaz Viana, Luis, Catálogo folklórico de la provincia de Valladolid. "Romances tradicionales", Valladolid, Institución Cultural Simancas,1978.

 

Díaz Viana, Luis, “Reflexiones antropológicas sobre el arte de la palabra : folklore, literatura y oralidad”, Signa. Revista de la Asociación Española de Semiótica, 16 (2007), pp. 17-33.

 

Doriac, A., Dujarric, G, Toasts et allocutions et discours modèles pour toutes les circonstances de la vie privée et publique. Nouvelle ed. Paris, Albin Michel, 1957.

Filippi, Louis, L’orateur opulaire. Recueil de discours, Paris, Garnier Frères, 1922.

 

Folliet, J., Tú serás orador, Madrid, Editorial popular, 1962.

 

González Castaño, Juan, Martín Consuegra Blaya, Ginés José, Antología de la literatura de cordel en la Región de Murcia (siglos XVIII-XIX), Murcia, Editora regional de Murcia, 2004.

 

González Subías, José Luis, El Actor Convencional frente al Actor Naturalista. Reflexiones en torno al arte de la Declamación en España, Madrid, Vision net, 2003.

 

Hernández Herrero, José Antonio et al. (eds).), La recepción de los discursos: el oyente, el lector y el espectador, Cádiz, Universidad, 2003.

----, “La recepción de los discursos oratorios”, en: Hernández Herrero, José Antonio et al. (eds).), La recepción de los discursos: el oyente, el lector y el espectador, Cádiz, Universidad, 2003, pp. 31-38.

 

Jiménez Guerra, José, Oratoria fin de siglo. Monólogo en verso por… Madrid, 1904.

 

López Muñoz, Antonio, Principios y reglas de la elocuencia en la oratoria, la declamación y la lectura. Lecciones explicadas en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo de Madrid durante el curso 1897-1898 por…Serie 1ª, Madrid, Imp. de Pedro Muñoz, sf.

 

Marín Llorens, Eduardo, Catecismo mímico. Primer grado, Valencia, 1950.

 

Moreno Hernández, Carlos, “El amigo Manso, Cicerón y el Orator”, Voz y Letra, XVII, I (2006), pp. 121-131.

 

Palacín y Campo, El fondo del orador y el fondo de la elocuencia para la época presente y la futura…, Madrid, Imp. De T. Fortanet, 1872.

 

Planas, Juan, El cura en púlpito. Discursos morales. Obra original predicable compuesta en obsequio del venerable clero parroquial de España por el P. Lector Juan Planas Dominico, Barcelona, Pablo Riera, 1871.

 

Reus y Bahamonde, Emilio, La oratoria. Estudio crítico, Madrid, s. a.

 

Sanfilippo, Cristina, "El narrador oral y su repertorio: tradición y actualidad”, Signa. Revista de la Asociación Española de Semiótica, 16 (2007), pp. 73-95.

 

Silvia, Diego, Tratado de oratoria poética arreglado en forma de diálogo, Madrid, Est. Tip. De J. Casas y Díaz, 1858.

 

Vázquez Soto, José M. (ed.), Romances y coplas de ciegos en Andalucía, Sevilla, Muñoz Moya y Montraveta Editores, 1992.

 

Waquet, Françoise, Parler comme un livre, Paris, Albin Michel, 2003.

 

 

 

 

 

 



[1]  De ahí que sin llegar a sustituir literatura por "oratura" —noción propugnada por Poitevin y discutida por Díaz Viana (2007, 82)—, se haya de tener en cuenta que la literatura es "un proceso de creación con la palabra… siempre dependiente o referente a lo oral y que se bifurca en una oralidad escrita o en otra que no lo es tanto" (Díaz Viana, 2007, 31).

[2]  La "última perfección de la palabra", " el último esfuerzo a donde puede llegar el don de la palabra en alas de la inteligencia, de la fantasía y de la memoria" (Palacín, 1872).

[3] A propósito de los que tienen por oficio el "oficio de hablar", o sea: el "profesionalismo oratorio”, “la oligarquía parlante", observa el muy crítico  José Cuartero (1910, 29) que "el imperio de los retóricos […] no es el imperio de la palabra".

[4] . No hay que olvidar que la oratoria puede cobrar una forma escrita: cuando se deja una huella manuscrita, cuando se imprime o bajo la forma epistolar puesto  que, según los tratadistas, también existe una elocuencia epistolar y, además, las cartas familiares o fingidas dan pie para un ejercicio de oratoria primaria como es la lectura solemne en voz alta.

[5]  A pesar de la casi inexistente literatura al respecto, ya que de las 400 referencias y pico que en la Biblioteca Nacional de España remiten a "oratoria" y "orador", solo una, el Discurso pronunciado por el ciudadano José María Brito comisionado por la Junta Patriótica para orador del pueblo (México, 1851), remite en su título a dicha dimensión. Por lo visto, en España no existe nada parecido al "tratado" L'orateur populaire, del francés Louis Filippi (1922) o a la obra de Doriac y Dujarric (1957).

[6]  Con la necesidad, según el mismo Beautain (1887, 269), de “llevar este feto espiritual más o menos tiempo en la cabeza”.

[7]  Véanse los versos 549-578, por ejemplo.

[8] "Sé hablar lo suficientemente claro para deciros que los Gobiernos nos han dejado sin colonias, sin dinero, sin sangre, sin hijos, y hasta sin fuerzas para constituir una nueva familia. Cada casa es una tumba, cada pueblo un panteón, cada ciudad un cementerio y cada contribuyente un esqueleto" ; "Que solo se escuche el delicioso ruido de la dinamita, de la metinita, de la panclastita, de la fulanita…Venga el amor libre, venga el aguardiente libre…venga el caos libre" (Jiménez Guerra).

[9]  Véase, por ejemplo, Coll, Gelabert, Martinell, 1990 o Folliet, 1962, 78-79.

[10]  "La extremeña de piel cetrina expresa un Ya te lo dije sin pronunciar palabra, bajando a la vez la barbilla y las pestañas al tiempo que tuerce los labios”, “le dirige una mirada de No sea tan bruta” (Chacón, 2006, 21 y 35).

[11]  Escúchese, por ejemplo, la narradora en "La asadura del muerto" (Centro Etnográfico Joaquín Díaz).

[12]  Véase, por ejemplo, los ejercicios de dramaturgia simultánea de Augusto Boal en Brasil (De Lima, 2006, 34).

[13]  Véase: Díaz, Delfín, Díaz, 1978, p. 260.

[14] Como en la iglesia de la Virgen del Populo, "en la Calleja llamada del Toril de la Ciudad de Córdoba”, cuyo orador se dirige a la asistencia de la siguiente manera: “ ¿cómo, cómo, Cordobeses no vais regando las piedras con lágrimas si la Sangre de los Martyres tan fresca está en ese Campo Santo? […] ya sabéis y saben todos, que este sitio anterior era de cieno un gran muladar que por sucio se lo dexan, ahora está todo colgado de vastones, y muletas, trenzas de pelo, y también muchos milagros de cera, ojos, cabezas, piernas, manos". Suena casi igual el pregón (impreso) de la "SS. Cruz de Caravaca" (González Castaño, 2004, 162): “Hombres, niños, mujeres,/lleven consigo/la Cruz que fue bajada/del cielo Empíreo; /para consuelo,/librarnos de las garras/del Dragón fiero”). También se puede traer a colación, como variante de oratoria leída pero callejera, el ejemplo dado por Pedro Cátedra (2002, 91), del escribano público que lee coplas de la muerte y entierro del licenciado Gutiérrez traidas por frayles de la Trinidad "ante una muela de gente en la calle" (2002, 91).

[15]  Museo Reina Sofía (Madrid), RADO330.

[16]  "Señores: A pesar de mis pocos años he oído decir, no una sola vez, sino muchas que en los niños todo pega bien; por eso yo aunque pequeño me atrevo a dirigiros la palabra en ocasión de tanta solemnidad.

            Ante todo pongo a vuestra consideración el encogimiento con que habrá de presentarse ante público tan respetable a hacer la prolusión de un certamen de primeras letras un orador de 9 años.

            Poco sabemos los niños; pero una lección nos han enseñado nuestros padres, y nosotros la hemos aprendido muy bien desde que comenzó a alborear nuestra razón entre sus besos y caricias.

            ¿No la acertáis? Pues es que somos pedacitos de su corazón, etc." (Colección JFB).

[17]  Véase, por ejemplo, Díaz, Chevalier, 1992, 66, 81-82, 87, 88.