«Propaganda y opinión pública en la España contemporánea: el papel de los ciegos», in: José Manuel Nieto Soria et al ., Propaganda y opinión pública en la historia , Valladolid, Universidad de Valladolid, 2007, pp. 91-109.
Propaganda y opinión pública en la España contemporánea: el papel de los ciegos.
En España, al filo del siglo XIX, empieza a darse un nuevo modelo cultural para el cual –lo destaca Celso Almuiña (1995, 2003)- «intrínsecamente es imprescindible la proyección social». Ya no se trata de todo "para el pueblo", sino de contar "con el pueblo", y es preciso tener esta creciente confrontación de fuerzas entre las clases dominantes y el pueblo.
De ahí, según el mismo Almuiiña (2003,162), la necesidad de echar mano de unos instrumentos -altavoces- que puedan llegar y sugestionar a esos nuevos universos a conquistar y/o a retener, no sólo para atraérselos políticamente sino ganárselos socialmente y asentarlos culturalmente.
Como entre los medios de comunicación social de que se pueden valer los grupos dominantes y demás, la prensa escrita tiene aún poca capacidad de acción directa (a pesar de los cada vez más amplios y sonoros ecos a que da lugar), en los cauces de la comunicación oral -inclusive la organizada en unas nuevas formas de sociabilidad y acción (Maza, 2002, 2003)- es donde, posiblemente, hay que buscar, pues, los canales y medios a través de los cuales los nuevos mensajes pudieron llegar y servir de fermento social, puesto que los mensajes subversivos sí llegaron a difundirse: desde el teatro y los romances de ciego hasta las pegadizas letrillas de las canciones de moda en tablados y tabernas, eficaces medios orales de difusión caracterizados por la "dramatización de la palabra", de una palabra "desacralizada" si no"laica" a que dan lugar (Almuiña, 2003, 170).
Invitado por el propio Celso Almuiña a reflexionar sobre "propaganda y opinión pública en el siglo XIX", he optado por interesarme por los cauces de constitución de una posible opinión pública plebeya en una época en la que la opinión pública deja de ser unívoca, cuando "el recto y apacible curso del río de la opinión pública se va transformando en innumerables arroyos", "en opiniones públicas desafinadas" (Fernández Sebastián, Fuentes, 2002), con una ineludible pluralidad en la que pueden entrar una opinión pública o un "sentir" propios del pueblo, desde un posible espacio público plebeyo que, según destaca Habermas (1978), " en el transcurso de la historia ha quedado como reprimido". Muy concretamente, los ciegos expendedores de impresos por su papel de intermediarios entre el mundo de la cultura oral y escrita -texto e imagen- y por tratarse de un mundo -un espacio- donde menos difícilmente se puede estudiar el papel de los ecos que producen las «voces vagas».
Trataré, pues, de caracterizar lo que en la actividad esencial de los ciegos (la publicación oral y la venta de impresos "de cordel") pudo tener relevancia para unos fines de propaganda, por parte de los poderes legítimos, de los emergentes partidos políticos o de segmentos de la opinión en un periodo en que los adelantos de la prensa escrita, de las organizaciones obreras y de la urbanización y también de la alfabetización van modificando sus condiciones de ejercicio y el papel de este específico aparato de comunicación [1] .
Oralidad, mobilidad, disponibilidad. Para ello conviene caracterizar primero la actuación del ciego donde se pueden distinguir tres momentos fundamentales: pregonar, cantar y vender.
Viene precedido el ciego por su grito o pregón y por su canto, ya que la publicación por vía oral de la información parece que siempre viene antes que la venta del impreso con el cual se ofrece un acceso no mediatizado a la información. Es conocida la gran aptitud de los ciegos para cubrir todo el espacio urbano y propagar rápidamente cualquier información o rumor: el caso del cura Vinuesa (Gil Novales, 1973) es buena prueba de ello.
Por su voz, de acentos muy característicos, por su tonalidad gangosa y sobreaguda, es como queda percebido e identificado el ciego, dándole a la información un como sello sonoro de «autenticidad». Y es que en un espacio y una atmósfera urbanas mucho más propicia para la propagación y la percepción de los voces, la voz del ciego tenía entonces un alcance que a los oídos de hoy les cuesta imaginar.
Esta voz es la que los autoridades se preocupan ante todo por acallar y las "gargantas oprimidas" de los ciegos a menudo protestarán contra una represión de la que da cuenta el sinnúmero de bandos con los que se pretendió prohibir que se pregonaran los impresos (Botrel, 1979, 311-316). Hasta en Valladolid, se denunció, el 7 de diciembre de 1876, el «grito que ayer daba por las calles un vendedor ambulante de coplas para excitar tal vez el interés público y abusar de su buena fe» (Díaz, 1996, 38).Tanto como de la relevancia del fenómeno, lo frecuente y reiterado de tales prohibiciones da cuenta de la pertinaz impotencia de las autoridades...
Tanta eficacia difusora, bien la tenían conocida las autoridades quienes, para unos fines oficialmente caritativos pero también muy políticos, habían concedido a la Hermandad de ciegos pobres el monopolio de la difusión, por la doble vía oral e impresa, de la información oficial -la Gaceta y los distintos bandos y demás «papeles públicos»-, incluso de noche, hasta su disolución oficial en 1836: se conoce que resultaba más fácil controlar una corporación dispuesta a cooperar a cambio de algunas ventajas que unos individuos sueltos (Botrel, 1973).
El problema surge cuando por deliberada deformación para fines de valorización comercial [2] , o para fines políticos, pero también de manera involuntaria (por simplificación del título o una interpretación de su contenido) el prgón resulta un factor de intoxicación y este criminal y escandaloso abuso puede ser causa de "desagradables escenas, alterando los espíritus y perturbando la tranquilidad pública" : de ahí las también vanas incitaciones a pregonar el título exacto, "absteniéndose de amplificar, explicar o indicar su contenido".
Una consecuencia es que, por ejemplo, según El Duende los cafés del 16 de agosto de 1813 que se habrá inventado un arquetípico título, por seis cuartos, vayan ofreciendo los ciegos " el rompimiento del armisticio : la gran batalla que ha habido entre Rusos y franceses, perdiendo éstos treinta o cuarenta mil hombres, y escapando milagrosamente Napoleón herido y sin sombrero : la entrada de nuestras tropas en Francia y la horrible matanza, saqueo, etc. que allí han hecho : la quema del palacio de Marrác ( sic ), la prisión del gobernador de Perpiñán, etc. ". En 1820, la policía municipal de Madrid denuncia el riesgo de que " se incomode el vecindario con gritos a desora de la noche y con estafas, bendiendo papeles apócrifos y embusteros, alterados, impolíticos», tergiversando «el título del papel que venden para darle mayor importancia que la que en sí tiene, extraviando de este modo la opinión" (Archivo de la Villa-Secretaría, 1.87.39). De la misma manera, en 1835, habrán pregonado los ciegos un papel con el título de «La fuga del pretendiente y entrada en España de 30.000 franceses», causando alarma, según Salustiano de Olózaga (Botrel, 1974, 268); en 1836, pregonaron la muerte de Fernando VII cuando en el impreso sólo se trataba de las honras fúnebres rendidas al difunto rey y, en 1840, la muerte de Riego cuando se trataba de la exhumación de los despojos del "mártir de la libertad".
Pero también consta que hasta principios del siglo XX, en periodos de censura -de silencio impuesto o de verdades oficiales- pudieron los ciegos actuar como elementos de compensación: cuando la guerra de Marruecos, en 1909, las consignas del ministro La Cierva limitan la información en la prensa", un periódico como El Mundo puede denunciar, el 1° de agosto, "las coplas subversivas, canciones antipatrióticas compuestas para entibiar cualquier entusiasmo y apartar del cumplimiento del deber» difundidas por otras voces y otros caracteres de imprenta, concluyendo con un amargo pero realista "Callen los periódicos y canten los ciegos" (Botrel, 1979, 306-7).
Porque, cuando de romances "noticieros" y por ende narrativos o de coplas se trata, el anuncio de la noticia con la publicación gritada del título del impreso viene completado por una recitación más o menos psalmodiada o cantada a partir de una melodía, con acompañamiento de un instrumento (guitarra, vihuela, violín) que es el verdadero criterio de profesionalismo. En lugares estratégicos como las esquinas de calles, los edificios públicos o las plazas, o sea en los espacios más concurridos y/o acústicamente aptos congrega el ciego a su alrededor a los transeúntes para ofrecerles una verdadera performance repetida en cuantos lugares resulten necesarios para la mejor información y marcha del negocio, ya que de la venta del impreso por su lazarillo es de donde saca el ciego sus recursos. De los «ecos» que inmediatamente produce en los grupos y corrillos constituidos que lo reciben y , en alguna medida, se lo apropian nos cuesta enterarnos, pero algo sabemos, en situaciones históricas tensas, de sus consecuencias.
Puede decirse, pues, que los ciegos son unas verdaderas cámaras de ecos, de todos los ecos para más ecos. Muchos de ellos apropiados y conservados en la mnemoteca del pueblo: asombra comprobar, por ejemplo, cómo en los años 1970, buena cantidad de romances de finales del siglo XIX principios del XX podían aún ser recitados por los llamados "informantes", como aquel romance sobre la primera República recogido en Lúa-Pol (Lugo) en 1977 de Ramona Graña (nacida en 1887) quien «tiña reparos en cantal(o), dicía que estaba prohibid(o)» (Rivas, Iglesias, II, 207). Desgraciadamente sólo muy excepcionalemente se ha tomado nota de los comentarios de los destinatarios de tal literatura.
Importa, pues, para el estudioso de la opinión pública tener en cuenta esta librería ambulante con "mil bocas" (en 1845, sólo en Madrid, casi 100 ciegos se dedican a la venta de impresos), esas "trompetas nómadas" y "telégrafo ambulante" como se les calificaba en el siglo XIX y la rudimentaria pero muy fluida y ágil red que constituyen para la difusión de noticias e informaciones por todo el espacio público urbano y también rural [3] , hasta que la prensa, y luego la radio y la televisión se impongan por su mayor eficacia, pero también, por supuesto, las modalidades de su apropiación, todo lo que media entre la publicación por el ciego y la eventual conservación en la memoria de un grupo o de unos individuos.
Textos y clandestinidad. Los inventarios parciales (Azaustre, 1982) y/o las antologías (Marco (1967), Termes (1972)) del patrimonio immaterial/material representado por los textos e impresos difundidos por los ciegos o sea lo que, con Julio Caro Baroja, se suele denominar la literatura de cordel, sólo muy ocasional y parcialmente conservados por las bibliotecas, no permiten, hoy por hoy, aislar y apreciar la variada dimensión propagandística que obviamente conllevan. Además en periodos de ausencia de libertad de expresión e imprenta, muchos impresos de cordel se solían imprimir sin licencia, y para el historiador casi la única manera de enterarse de la existencia de estos textos e impresos clandestinos es que hayan sido denunciados y recogidos por la policía. Más escasas aún son las palabras directamente recogidas de aquellos "profesionales de la clandestinidad" que también suelen ser de fuentes policiales (Botrel, 1979).
Nos consta (Botrel, 1973) que estos profesionales siempre pudieron contar con unos impresores dispuestos para impresiones ilícitas y que las más perseguidas fueron las que tenían que ver con la política [4] .
En el reducido acervo disponible de impresos con fines propagandísticos, lo más corriente es tal vez todo lo vinculado con la información oficial, encaminado a difundir noticias como nacimientos, bodas o muertes en la familia real, pero también a acuñar en los espíritus unas verdades oficiales -caso de las relaciones de reos no tergiversadas- o fomentar una adhesión a unos principios o a unas personas -caso de los loores a los monarcas. Pero también se han conservado algunas huellas impresas de una producción ilícita o no conforme, con finalidad política más o menos explícita.
Permite comprobarlo un rápido recorrido cronológico [5] .
Si resulta difícil saber si la famosa y duradera canción de «La Marica» (Olmeda, 2003), fue puesta en circulación por los ciegos, durante la Guerra de Independencia, sí consta, por ejemplo, que el 3 de octubre de 1808 la Junta Suprema y Gubernativa llama la atención sobre los perjuicios que pueden resultar de la desenfrenada circulación en Madrid y provincias de ciertos papeles anónimos contra nuestro amado soberano Fernando VII (Botrel, 1979), quedando el mismo soberano celebrado en 1814 en la " Canción de la Cachucha en elogio de nuestro adorado Fernando VII por un amante de la Patria y Rei ( sic ) " o en " Marica real o la Marica fernandina. Canción patriótica en loor de nuestro amado Fernando VII " ( cf. Arnabat, 1995).
Seis años después, con la misma melodía, será la «Marica constitucional» («traelo, Marica, traelo»), además de las canciones difundidas por algunos ciegos de la Hermandad y la «Canción del inmortal Riego».
Las guerras carlistas han sido pretexto para una abundante producción donde se enfrentan los puntos de vista liberales, con su sinnúmero de «loores» a la reina Regente o a la futura reina Isabel II o a los héroes militares (Botrel, 1987) y los carlistas cuyos crímenes darán lugar a una popular serie de al menos 45 folletitos aún a la venta en 1900 en Valladolid en el centro de suscriciones de Celestino González.
Cuando la Guerra de Africa de 1859 podrán los ciegos, según Juan Valera, cantar «las noticias más recientes de Marruecos».
En cuanto a la expresión de un sentir obrero, a través de la protesta o reivindicación, también habrá podido encontrar en los ciegos un cauce aún mal conocido a pesar de los estudios de J. Termes quien reproduce en su Anarquismo y sindicalismo en España (1972, 468-569), algunos «Romances de ciego y poesías diversas de tema político-social» (Botrel, 2000a) –algunas son poesías de ventalls -, con escasa coherencia ideológica aparente.
Ya hemos visto cómo algún romance noticiero de ciego de la I República pudo ser recordado –y cantado- hasta 1977. Pero por algunos papeles representativos de la idea o de la propaganda republicana presentes en la «Canción (en vías de tradicionalización ya) de Marianita Pineda» (Díaz, Val, Díaz Viana, 1981, 231) o «El día de la República», ¿ cuántos –mucho más numerosos- habrán vehiculado unos mensajes conformistas de acatamiento o elogio de las autoridades del momento, de evasión, de consuelo o de resignación?
Durante la Guerra de Cuba, y luego la Guerra con los Estados-Unidos, la propaganda patriotera dominante es sabido que dio lugar a un impresionante número de poesías, en la prensa ya, pero también conservada en alguna mnemoteca (cf. Díaz, Val, Díaz Viana, 1981, 232). Se conservan bastantes impresos en los que los ciegos exaltaron el heroísmo de los soldados españoles, lamentaron sus sufrimientos, con a veces incluso un irrisión o autoirrisión casi carnavalesca (Botrel, 1982a, 1998, 2000). Años más tarde, la Guerra del Rif (1921-1924) dará pie para más composiciones como «Los ex-cautivos rescatados»letra de Julián Blanquet–Música Llora mi niña, con los «Relatos (en prosa) de los ex-cautivos» (Barcelona, Imp. Aldana, 12)pero también para el anacrónico y novelesco «Un cabecilla rifeño natural de la Coruña» (Rivas, Iglesias, II, 205).
De la II República se conservan, por ejemplo, «Amor a nuestra España y la República» (Rivas, Iglesias, II, 215) o «Los fusilamientos de Jaca. Galán y García Hernández» (Rivas, Iglesias, I, 135) y la Guerra civil donde se da la movilización de infinitos poetas (Salaün, 1985), los ciegos siguen activos, en la antifascista organización Altavoz del Frente, como veremos, pero también a través de romances como «Dos hermanos se encuentran en el frente», cantado por el señor Florencio, «O cego dos Vilares» en A Fonsagrada (Lugo) en 1978 (Rivas, II, 353). En tiempos de primofranquismo, las mismas autoridades que sometían a censura cada uno de los diminutos impresos de cordel editados en Madrid por M. R. Llano (Díaz, 1996, 56) e incautaban el carnavalesco «Mujeres a la guerra», no pusieron reparo en la puesta en escena y en verso, en la mejor tradición del «romance de milagros», de unos supuestos milagros habidos en Madrid, en mayo de 1948 [6] elaborado a partir de un recorte de prensa, como consta en el archivo de la Imprenta de M. R. de Llano (Madrid, Rodas, 26), conservado en el Centro Etnográfico Joaquín Díaz en Urueña (Valladolid). Un eco amplificador de una prensa, cuyo papel propagandístico no iba a cejar, como se sabe.
En los años 1960, sin que sea cierto el protagonismo de los ciegos, el Temporal de 1957 en la Isla de La Palma, dio aún lugar a unas décimas más o menos noticieras (Pérez Cruz, 2005).
No cabe duda, por consiguiente, que los ciegos fueron –cada vez menos, por la creciente hegemonía de la prensa- unos instrumentos al servicio de una propaganda de distintos signos. Queda no obstante por saber si pudieron llegar a tener unas afirmadas convicciones en el ejercicio de su distintas funciones…
Aquí obviamente escasean más aún las informaciones, casi todas de origen policial u oficial y difíciles de contrastar.
Por ejemplo, por una denuncia de la propia Hermandad de ciegos pobres, a instancia del Corregidor de Madrid nos podemos enterar ( el 8 de junio de 1823, quince días después de la abolición de la Constitución ) de que durante el Trienio liberal (1820-1823) trece ciegos cófrades de la Hermandad de ciegos pobres de Madrid manifestaron unas opiniones políticas «marcadas».
¿ En qué estriba tal observación? En el que uno de ellos Bruno Otero mandó imprimir unas «cancionesinsultantes a la sagrada persona del Rey N. S., a los Ministros el Altar, al Real Cuerpo de Guardia Española» y que todos cantaron unas canciones «insultantes» o «muy insultantes» como «A la tumba, a la tumba, serviles», el «Trágala» o «La niña bonita». Algunos, por lo visto, pusieron mucha convicción al cantarlas, como el aludido Bruno Otero, «gran voceador cual lo fue el día que salió la Milicia nacional para la villa de Brihuega calumniando a las tropas realistas con dicterios» y otros considerados como «exaltados» o «muy exaltados» aclamaron la Constitución o tacharon de «Servilones» a quienes se lo reprochaban. Otro como Luis del Valle está «marcado con el carácter de acérrimo constitucionaly ha cantado y voceado cuanto le ocurría insultando no sólo a la soberanía del Rey N. S. sino también a los Ministros del Altar y a los que llamaba servilones»…. En cuanto a Bautista Gisbert se le califica como «autor de todo lo malo y seductor de los demás ciegos» (Botrel, 1973, 481-482).
Más allá de lo propio del oficio del ciego (impresión y publicación con pregón y canto de unos textos) y de lo que revela sobre los enfrentamientos verbales de que quedan muy pocas huellas –aquí son oídos o referidos de oídas por los propios ciegos-, parece ser que se les reprocha, a posteriori, desde la nueva legitimidad, el haber acompañado la anterior y más que todo, en una escala harto subjetiva pero de interés para la problemática de la propaganda, el ardor y la convicción puesto en cantarlos, en la performance , y los comentarios «insultantes ». Sería un criterio de distinción con respecto a los demás ciegos de la Hermandad –37- de quienes no se supone que defendieran con el mismo ahínco a los Serviles sino que se les supondría cierta neutralidad profesional, por decirlo así.
Dadas las específicas circunstancias del solicitado testimonio, tampoco puede descartarse el que la Hermandad «sacrifique» a algunos de sus cofrades por mor de las buenas relaciones con la autoridad: el hecho es que, según la misma fuente, cinco de los ciegos concernidos ya han huído de Madrid para Alicante, Sevilla o desconocidos destinos y resulta que otros tres de «marcados» se han vuelto «moderados»… El 1° de agosto del mismo año, un tal Pedro Romero casado con Leandra a quien les han negado el ingreso en la Hermandad con el pretexto de que eran «partidarios del funesto sistema de rebelión» de marras, por mor de la verdad insisten en declarar al Corregidor que ningún ciego de la Hermandad ha dejado de vender papeles públicos « de los que se llaman constitucionales» durante el anterior Gobierno…: lo que se podía sospechar y les mereció a los ciegos el calificativo mote de «tornasolados» [7] , además de su conocida condición de colaboradores de la policía o confidentes (Botrel, 1974, 271).
Más de un siglo después, en mayo de 1937, en plena Guerra civil, un artículo de Luisa Carnés en la revista Estampa , permite imaginar una situación similar de adhesión ideológica -a la causa antifascista- de cinco ciegos valencianos asalariados por la organización «Altavoz del Frente»,convertidos en «vehículo de popularización de la gesta española contra el fascismo». Su ennoblecido y eficaz trabajo, pagado 10 pesetas por cinco horas diarias,lo encauzan estos ciegos «en el sentido de estimular el antifascismo de retaguardia en estas horas de guerra que pasa el país»; consiste en romances de guerra escritos para los ciegos y viejas canciones infantiles adaptadas al momento (Salaün, 1985, 139) . La evocación de la conversión de unos ciegos que antes se contentaban con popularizar unas anodinas cancioncillas y vivían «espléndidamente» gracias a la incultura musical del pueblo, dixit Luisa Carnés quien no cuestiona la sinceridad de su adhesión, s irve para recordar lo constante en el oficio del ciego y lo excepcional de una «redención» del sujeto vs la corriente práctica de la consentida instrumentalización.
Por lo que cuenta el republicano José Estrañi sobre el papel que pensaba atribuirles, bajo el reinado de Amadeo I, a dos ciegos «republicanos» de la provincia de Valladolid, comprobamos que, en el proyectado aparato de propaganda, estos ocupan un lugar más bien subalterno: José Estrañí les lee un romance que a propuesta de Alberto Araus había escrito al estilo de los que narran milagros pero donde el milagro resultara a favor de nuestras ideas» (Botrel, 1974, 269). No se sabe si cundió el proyecto.
La misma intención pudo inspirar, en 1859, a un nivel superior por lo que a criterios estéticos respecta, la empresa de Eduardo Bustillo encaminada a realizar un Romancero de la Guerra de Africa , hecho «para el pueblo ", para " las clases más humildes de nuestra sociedad"," estas buenas y honradas gentes del pueblo (que) compran todavía con sus ahorros y leen con entusiasmo las coplas y romances que hablan de las hazañas del Cid y de Bernardo el Carpio : aún en las largas veladas de invierno escuchan, al amor de la lumbre y de boca de algún valiente veterano, los gloriosos episodios de la guerra de la Independencia : aún lloran la sangre que se vertió en la fraticida lucha, terminada felizmente en el campo de Vergara " (Botrel, 2000a, 97).
La sensación que se deriva de estos muy parciales datos es que pudo existir la permanente tentación de utilizar para unos fines de propaganda las competencias profesionales de los ciegos y también su peculiar situación -entre oficial y clandestina- en el sistema de comunicación.. con algún riesgo para el que recurriera a sus alquilados o sinceros servicios. Ya lo decía en 1835 Salustiano de Olózaga: «En todos tiempos es de temer… que los enemigos del orden se valgan de los ciegos como instrumento de maquinaciones, pues nada más fácil que substituir los papeles que lícitamente expendan con otros subversivos (…)» y «los ciegos pueden abusar también de su posición y cometer este delito a sabiendas de que no podrá probársele legalmente» (Botrel, 1973, 269).
Llama la atención el que la jerarquía católica, muy preocupada por la propaganda de… la fe y también por contrarrestar los-para ella- perniciosos efectos de la prensa (Botrel, 1996) con folletitos parecidos a los impresos de cordel (Botrel, 1982), al disponer de su propia red de comunicación militante, no recurriera a los ciegos cuya literatura milagrera no presentaba las suficientes garantías (Botrel, 2005). Lo mismo pudo pasar con las organizaciones obreras más preocupadas por la educación de la clase obrera que por la mera propaganda política (Uría, 1996).
Convicciones e instrumentalización.
Existe, pues, la tentación de privilegiar una visión fundamentalmente instrumental de unos ciegos «tornasolados de matices» que como se afirmaba en Los Españoles pintados por sí mismos , «caminan a orillas del río de la opinión pública para hacerse eco de su murmullo» y son unos verdaderos «telégrafos ambulantes» (Botrel, 1974, 267).
A pesar del control ejercido sobre la organización del oficio y las ventajas que de esta podían sacar tanto el Poder como los propios ciegos, la licencia en la interpretación de las informaciones y de los textos puestos en circulación apenas tiene límites y por motivos de interés comercial más que por habilidad política, los ciegos pudieron ser motivo para rumores, movimientos de opinión y hasta «revueltas » populares.
A partir de cuando la prensa, sin llegar a ser verdaderamente de masas, acerca la información a cada lector potencial, la literatura de cordel se dirige cada vez más a unos sectores residuales, marginales, más rurales que urbanos, pero con espectaculares resurgencias en tiempos de censura o control de la prensa. No obstante, al no desaparecer su función mediadora sino muy tardíamente -en los años 1960 (Díaz Viana, 1987, González castaño, Martín-Consuegra, 2004)-, el ciego en España, juglar moderno y noticiero ambulante al mismo tiempo, pudo llegar a ser la voz anónima, más subversiva que constructora cara a la opinión, que llevaba a aquellos que como él no podían leer, una información –oficial o informal- con su comentario o interpretación, para unos nuevos comentarios y unas nuevas interpretaciones, contribuyendo al auge de una opinión pública plebeya, al permitir, indirectamente, la expresión de cierto derecho a la diferencia.
Conclusión.
J.-F. Botrel (Université Rennes 2/PILAR).
Estudios citados:
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[1] Para ello me inspiro, actualizándolos y ampliándolos, en varios estudios míos y muy concretamente en uno publicado en 2000 (Botrel, 2000a).
[2] Lo destaca José Alvarez Crespo, alcalde 1° constitucional interino de Madrid, el 15-IX-1841, al denunciar «el criminal y escandaloso abuso que hacen los ciegos y vendedores de papeles impresos forjando noticias comentando y desfigurando los hechos que contienen para provocar la venta" (Archivo de la Villa-Secretaría, 3-262-15)
[3] En los años 1970, de los 56 romances de «Sucesos, crímenes y asesinatos» recogidos en Galicia, más de la mitad se imprimieron fuera de la provincia (Rivas, Iglesias, II).
[4] En 1844, por ejemplo, se prohibirá " pregonar impreso alguno que tenga roce con la política, comprendiéndose además en la prohibición las reimpresiones que de todo o parte del contenido de las Gacetas o anuncios se hiciesen por los particulares ".
[5] Este recorrido podría empezar con la Guerra de Sucesión (cf. Gilard (2000) y González Castañón (2005)) y aún antes, por supuesto (cf. García de Enterría, 1996).
[6] " Grandes milagros acaecidos en su visita a la Capital de España, en la Plaza de la Armería, en Mayo del año de 1948, de Ntra. Sra. La Virgen del Rosario de Fátima ".
[7] Según Los españoles pintados por sí mismos , «en materia de opiniones baila al son que le tocan (…) Muchas y repetidas veces ha cambiado de librea ya ostentando en su sombrero la cinta blanca con lo de Viva el rey y la religión (…), ya la cinta morada con lo de Constitución y muerte… » (Botrel, 1974).