Las trasferencias culturales bajo sospecha (España, 1789-1833)
en R. M. González Martínez, S. Berrocal Gonzalo, R. Martín de la Guardia, G. Á. Pérez Sánchez (dirs.), Estudios en homenaje al profesor Celso Almuiña. Historia, periodismo y comunicación , Valladolid, Universidad de Valladolid, 2016, pp. 215-228.
"Bordez, Monsieur, toutes nos frontières de soldats, bardez-les de baïonnettes pour repousser tous les livres dangeureux qui se présenteront, et ces livres, pardonnez-moi l'expression, passeront entre leurs jambes ou sauteront par dessus leurs têtes et nous parviendront [1] ".
Diderot, Mémoire sur la liberté de la presse
Dentro de la Europa cultural contemporánea, durante los años de crisis del Antiguo Régimen, España se ofrece como una nación en vías de laboriosa construcción en la que las trasferencias culturales obradas a partir del extranjero —de la Europa del Norte y Francia fundamentalmente— son a menudo rechazadas, las más veces pasivamente vividas y, excepcionalmente, solicitadas.
De tal rechazo y desconfianza, son buenos reveladores el “cordón sanitario” instalado tras la Revolución Francesa y una legislación protectora que apenas consigue frenar las importaciones clandestinas, pero también el discurso dominante identitario y nacionalista de repliegue sobre sí mismo que lo acompaña.
De las trasferencias «pasivas» —con mucho las más cuantiosas— da cuenta el volumen de las importaciones de bienes culturales materiales e inmateriales [2] , que implican a muchos intermediarios y por mucho tiempo inspiraron a España la sensación de ser una «nación traducida».
En cuanto a la actitud consistente en procurar activa y conscientemente las necesarias trasferencias, la encarnan en la época algunas publicaciones periódicas, pero sobre todo unos cuantos seres excepcionales, periodistas y editores, mediadores o passeurs quienes por interés económico, vocación profesional convicción ideológica más o menos militante, quisieron y supieron buscar en el pensamiento europeo unos elementos de progreso y europeización de su patria pero también los medios adecuados para su transmisión, con la concepción de productos o de discursos adecuados.
Este sería el marco general en el que se inscriben las relaciones culturales internacionales mantenidas por España y sus encontradas y hasta paradójicas
percepciones internas: lo que, desde una perspectiva " nacionalista", pudo ser percibido como una amenaza, una agresión o una estrategia de dominación y un síntoma vergonzoso de atraso y dependencia, dio lugar a una intensa actividad
autorial y editorial destinada a hacer asequibles y aprovechables unos textos o bienes culturales importados, y a unas significativas y en gran parte transitorias contribuciones de sustitución de lo que aún no existía, al mismo tiempo que generaba unas salutíferas reacciones patrióticas o identitarias.
Este fenómeno —que no es propio de España— convida a interrogarse, de manera desapasionada, sobre la circulación más allá de cualquier frontera de una gran cantidad de textos pero también de imágenes producidos dentro o fuera y solo excepcionalmente tenidas por lo que son, esto es unas apropiaciones en otras lenguas, bajo otras formas y por otros públicos de unos originales forasteros y una contribución a la configuración de una literatura o de una cultura nacional y de una opinión.
Para poderlo percibir con alguna nitidez en un momento de crisis del Antiguo Régimen en España, como fue la Guerra de la Independencia y las dos décadas que siguieron, veamos, pues, cuáles han sido la materialidad y los contornos de dicho fenómeno, las conductas oficiales o privadas a que dieron lugar y sus consecuencias inmediatas o diferidas sobre los textos y las ideas o los esquemas mentales.
1. Materialidad y contornos de las trasferencias. Para poder cuantificar y apreciar la importancia y efectiva relevancia del fenómeno, aún se está deseando la culminación de una estadística bibliográfica retrospectiva de tan difícil y problemática construcción [3] , que permita identificar de una manera más cierta aquella parte de la producción editorial autóctona que, de alguna manera, resulta de unas trasferencias culturales.
Así y todo, para el periodo contemplado (desde el reinado de Carlos IV hasta 1833, aproximadamente), se puede intentar estimar la importancia de las traducciones en la producción global.
Entre 1774 y 1788, por ejemplo, en la Biblioteca periódica anual representarían, según Lopez, un 25% de la producción impresa (Morán Ortí, 2000, 22). Según Buigues (2003, 324), entre 1790 y 1800, el porcentaje es de un 18%, con una amplia dominación del francés que es el idioma original del 52% de las traducciones, debido a la voluntad editorial y/o regia de hacer entrar en España los conocimientos científicos, artesanales e industriales que tanto le hacen falta para modernizarse. Para el mismo periodo, Morán Martí (2000, 43-49) calcula que el número de las obras traducidas ascendió a 604 títulos para una oferta global de 1776 libros, o sea: un 34%, con un 42, 54% de traducciones de literatura francesa o del francés. Para la siguiente década (1800-1809), el porcentaje sería de un 31.82% (430 títulos de 1351, con un 46, 10% de traducciones del francés), aunque "parece probable que cierto número de títulos contabilizados como españoles sean en realidad traducciones" (Morán, 2000, 65-70).
Entre 1810 y 1819, las traducciones solo alcanzan un 24, 06% de la producción total), con un importante descenso durante los años de guerra.
Durante el Trienio Liberal (Morán-Martí, 2000, 105-108), se observa un discreto repunte del porcentaje de las traducciones (un 26,4%), con casi un 70% del francés, debido, según Morán Martí (2000, 106), a la "dependencia nacional de las ideas resultantes de la revolución y guerra francesas; a la importancia de la prensa y su influencia en el lector» en unos tiempos difíciles donde «cabría esperar mayor entusiasmo en la demanda de libros de pensamiento europeo por parte de los españoles cultos".
Entre 1824 y 1833, en cambio, las traducciones (646 títulos) ya alcanzan un 31.23% de la producción total.
Este minucioso y meritorio análisis permite observar la constante relevancia de la oferta cultural de origen extranjero —francés, sobre todo [4] —, pero también cómo la lenta e sincopada evolución cuantitativa de las traducciones reproduce con bastante fidelidad la secuencia de oferta general, con una mayor vulnerabilidad ante todo tipo de crisis e incidencias ajenas al mundo de la cultura escrita.
Desglosada por materias, esta oferta editorial, da cuenta, además de la envidiable salud editorial de que gozaron las traducciones de temática religiosa, de la pregnancia de los libros extranjeros que versaban sobre humanidades en general —y la literatura en particular—(llegan al 40% en los últimos años), la presencia de un grupo reducido de ciencias sociales y la tendencia ascendente de las materias de ciencias y tecnología, un campo en que según Morán Martí, "el libro de procedencia extranjera aportó, en todo momento, una parte fundamental de la bibliografía asequible a los lectores españoles".
Será, pues, fácil reconocer, con Jean-Marc Buigues (2003, 324b), que "no solo las traducciones constituyen un eje fundamental de la penetración y la renovación de los saberes, sino que también son uno de los cauces que permiten la transformación parcial de los gustos literarios de una pequeña parte del pueblo español y en mayor proporción de sus élites", y, más generalmente, una vía de acceso a la modernidad.
En este recuento de obras publicadas en España, convendría incluir todas las que se publicaron en lengua española fuera de España: a finales del siglo XVIII muchas obras en español o en latín y de autores españoles se imprimían en Flandes, Francia e Italia (en Venecia para las ediciones en latín) y en parte seguían transitando por Lyon para llegar a Barcelona, Valencia o Alicante (López, 2003b, 344); entre 1814 y 1833, según Aline Vauchelle-Haquet (1985), el 40% de las 883 obras de lengua española publicadas en Francia son lógicamente traducciones del francés. No todas se anunciaron en España pero muchas de ellas, lo mismo que las obras en francés, consiguieron traspasar la frontera gracias a una ingente y cuasi continua actividad comercial de importaciones clandestinas a cargo de muchos libreros y otros intermediarios [5] .
En cuanto a las obras en francés, según López (2003b, 345), se introducían en España, sobre todo por Cádiz a donde llegaban y se vendían casi todas las obras prohibidas por la Inquisición, las de los filósofos franceses —las lee Alcalá Galiano en la librería de su tío ¡¡con 10 años!! (Buigues, 2003a, 316)— y de los revolucionarios franceses, pero sobre todo de Bossuet, Fénelon y de Fleury —el del catecismo—y también las monumentales colecciones de documentos históricos así como los escritores de los Santos Padres, de los doctos trabajos de los benedictinos de San Mauro.
A todos estos libros, es preciso añadir los que se publicaron en España por parte de los franceses ya que, como recuerda Álvarez Barrientos (Pérez, 2008, 41), una de las primeras cosas que Napoleón utilizaba en sus conquistas era la prensa y las imprentas, "para poder mantener su sistema de desinformación y propaganda en la ciudad, como relata Pérez y otros [6] ".
Obviamente casi siempre se trataba de impresos efímeros, pero sirva esta observación para llamar la atención sobre todos aquellos «papeles» que no suelen tenerse en cuenta en las estadísticas bibliográficas [7] , y que sin embargo fueron eficaces cauces para las trasferencias culturales como la prensa periódica (Botrel, 2002) y los no libros en general [8] , inclusive las imágenes [9] ) desempeñan un importante papel.
Véase, por ejemplo, toda la agitación producida por A la nación española de Marchena y más aún el Avis aux espagnols de Condorcet que, en 1792, circulan por toda España gracias a la colaboración de viajeros, mercaderes, buhoneros, afiladores, etc. (Domergue, 1984, 149-151). Lo mismo pasa, durante la Guerra de la Independencia, con las imágenes antinapoleónicas de origen británico, las canciones (como las réplicas a la Carmagnole ), o todos los folletos y hojas sueltas como los Coplones de un Frayle Español compuestos a ratos perdidos yen tiempo de oración para desacreditar y hacer odiosa la Nacion Francesa , con las Respuestas un Soldado francés… , procedente de Bayona (véase la ilustración tomada de Domergue, 1984, 110). Un mero repaso a los recuerdos de Rafael Pérez sobre Madrid en 1808, permite rastrear el conocimiento que se tenía de tales “execrables maulas”, según el Conde de Sagasto (Domergue, 1985, 38), y la presencia de avisos y carteles, de pasquines, bandos y circulares insertos o pegados bajo forma de carteles que amanecen en las esquinas, como respuesta al invasor (Pérez, 2008,133) ; la "multitud inmensa de papeles impresos que se vendían en la Puerta del Sol, en donde la reunión de gentes era tanta que impedía el tránsito, devorando, digámoslo así, los espresados papeles. Entre los cuales, como eran tantos, así como había algunos excelentes y chistosos que hacían honor al talento, había también otros que eran unas paparruchas, pero todos eran dirigidos contra los Napoleones y, en esto, todos agradaban"; las papeletas que "por las troneras del mencionado teatro del Príncipe se tiraron al público” (Pérez, 2008, 130), etc.
Conste, pues, que para poder apreciar los contornos exactos de todas las trasferencias culturales que se dieron durante este limitado periodo, pero también de las reacciones a que dieron lugar, es imprescindible contar con unas informaciones que no se limiten a las novedades bibliográficas nacionales sino que abarquen toda la producción impresa (libros, prensa periódica y no libros) nacional y extranjera, muchas veces obra de españoles «de fuera [10] », lo nuevo y lo existente, en la larga duración, inclusive lo disponible en bibliotecas particulares y públicas.
Por otra parte, una visión cuantitativa del fenómeno ha de acompañarla un estudio más cualitativo de aquellas obras traducidas o importadas que mayor impacto pudieron tener: por ejemplo, las obras de Marchena, Llorente (su Historia crítica de la Inquisición en España ) o Miñano, aunque el best-seller de las obras en español publicadas en Francia parece ser que fue El arte de hablar bien francés de Nicolas Chantreau [11] , y que de muchas traducciones de obras literarias se suman cuantiosas (dentro de lo que cabe) tiradas (5000 para las Cartas de Eloisa y Abelardo ; 5 500 para Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos).
A las traducciones de La nouvelle Heloïse o Paul et Virginie, de las obras (completas) de Chateaubriand, de Scott, Goethe, Madame Cottin, Ducray-Duminil pero también Lewis y Anne Radcliffe, hay que añadir todas aquellas de obras españolas, clásicas [12] o contemporáneas [13] que se publican en Francia con la pretensión de exportarlas a los países hispanófonos y, en su caso, de introducirlas en España, donde no se fomenta o se prohíbe su publicación.
Como observa Vauchelle Haquet (1985), quien ha realizado la engorrosa labor de recopilación e interpretación de las informaciones al respecto, se trata de una demanda entre coyuntural y estructural pero históricamente necesaria: corresponde a los escritos de justificación, desde Francia, entre 1814 y 1819, por parte de los afrancesados, al intenso debate político que se da durante el Trienio liberal con la impresión en Francia de obras de los filósofos franceses del XVIII y publicaciones periódicas a cargo de Llorente o Miñano, a la circulación del Traité d'économie politique de J. B. Say, o a los escritos de Monseigneur de Pradt, favorable a la emancipación de las colonias españolas. En Francia, incluso se imprimen, entre París y Perpiñán, 4 000 ejemplares de la Constitución de Cádiz. Después, entre 1824 y 1829, se tratará fundamentalmente de obras de educación, derecho y comercio. El auge de este verdadero fenómeno editorial que, entre otras consecuencias, hace que los "lectores hispanófonos (sean) influenciados por el gusto del público francés en punto a literatura" (Vauchelle, 1985, 51), se dará con el aumento de los refugiados y exiliados.
En el proceso de posible incorporación via la aclimatación y la hibridación o de rechazo de determinados elementos cara a la paulatina construcción de la nación, es preciso distinguir entre lo que no pasó de consumo superficial y coyuntural (el efimerismo de los libelos, pasquines, proclamas e imágenes ) por muy apasionados que fueran los comentarios orales y debates a que dieron lugar, y el paulatino y dialéctico proceso que consistió en seleccionarlos y adaptarlos, acompañándolos con unos ecos inteligentes en la prensa y demás para permitir la apropiación y asimilación por el ciudadano lector o no lector y, más allá, una comunidad.
De ahí que tanto como a las estadísticas y al aparato de control, haya de prestar más atención a los mediadores culturales (editores, libreros, traductores, literatos y "periodistas", viajeros, oradores, etc.), protagonistas de este complejo dispositivo de “ósmosis”, como lo llama Celso Almuiña (2003, 166), sin el cual no puede entenderse los más o menos diferidos y duraderos efectos de las trasferencias [14] .
2. Entre cordón sanitario y abolición de fronteras.
Frente a estas trasferencias de todo tipo y signo ideológico, la preocupación del Poder, salvo durante cortísimos periodos, fue controlar su materialidad y, en la medida de lo posible, sus efectos: ahí está el aparato represivo a base de censura [15] , licencias, aduanas, juzgado de imprentas, Inquisición y delatores eclesiásticos [16] . Un sistema variable [17] , no siempre coherente ni eficaz [18] , como lo prueban los fallos observados por las mismas autoridades y la pertinacia de las producciones e importaciones clandestinas.
Después del "cordón sanitario" establecido para luchar contra las ideas revolucionarias francesas, con el control de la circulación de las personas, de los libros e impresos (de la prensa francesa, por supuesto), del correo, pero también, por lo visto, de algunos chalecos, sombreros, navajas y abanicos (Domergue, 1984, 14), subsiste el férreo sistema censura previa hasta el final de la Ominosa década, con las notables paréntesis más liberales de 1810-14 (en que se restringe a lo religioso) y 1820-23, periodo sin parangón en muchos años por lo que a libertad de imprenta se refiere; un sistema "arcaico y opresor", según Rumeu de Armas [19] . Para el control de las importaciones, a partir de 1823, incluso pudo contar España con la colaboración de las autoridades francesas (Vauchelle, 1985, 28), y en el propio territorio francés, en 1826, se incautaron obras en español (66 en total) en las librerías de Rosa y Seguin en París y de Alzine en Perpiñán (Vauchelle, 1985, 75-76).
Más precisamente, conlleva el sistema represivo la prohibición de determinadas obras como la Encyclopédie méthodique (ya en 1784) y la condena por la Inquisición de textos antirreligiosos como las Ruinas de Volney , los requisitorios contra el Santo Oficio, las obras de Rousseau, Voltaire y de los Enciclopedistas, las novelas libertinas, tales como el Faublas y las publicaciones políticas de los afrancesados y liberales (Vauchelle, 1985, 79-86). Con prohibiciones puntuales o circunstanciales como la que afectó el Nuevo calendario francés traducido y explicado según el nuestro con todas sus correspondencias (para 1796 ) por Godoy (Domergue, 1984, 114). Si sorprende la fecha tardía de los embates de la literatura "filosófica" francesa, lo cierto es que, como observa Lopez (2003a, 282), “al tratar de libros extranjeros tendrán las autoridades españolas el ojo puesto exclusivamente en el libro francés o sea la obra escrita en lengua francesa, donde quiera que se hubiera escrito”, con una galofobia ejemplificada por Godoy cuando consideraba en 1796 que “las máximas de los franceses, sus libelos, su indumentaria y sus costumbres son sin duda alguna la senda del desorden por la cual se lleva al hombre más prudente [20] ”.
En esta perspectiva al fin y al cabo vana de proteccionismo ideológico, y a pesar de la represión o «caza de los libros», consta que las importaciones clandestinas de libros "subversivos" o prohibidos las hubo reiteradamente por parte de libreros y editores o de particulares que consiguieron hacerles traspasar los Pirineos y el mar: no faltan ejemplos de contrabando –se trata de intentos fallidos representativos —se supone— de otros logrados- como los 10. 500 volúmenes que el librero de Perpiñán Lasserre intenta introducir en Cataluña a finales de 1823 (Vauchelle, 1985, 27), o las cajas encontradas en casa de Francisco Diaz en Algeciras o en la de don Florencio de Imaz en Madrid y los 18 títulos incautados en la librería del francés Denné en Madrid (Vauchelle, 1985, 81), sabiendo los libreros inventar los necesarios subterfugios para eludir las instrucciones del Santo Oficio y las prohibiciones [21] . En 1819 un libro como Cornelia Bohorquia está a la venta en la librería francesa de Denné y en 1824, se sabe que circulan en Cataluña obras "malas" impresas por Alzine en Perpiñán como La Religieuse de Diderot y cuatro obras de Llorente, las Aventures de Faublas y el Cours de politique constitutionnelle de Benjamin Constant (Vauchelle, 1985, 27). En 1825, las autoridades españolas aún denunciarán el «descarado tráfico» existente entre Francia y España.
Aunque representaron una efectiva rémora para la circulación de los bienes culturales, las prohibiciones resultaron, pues, a menudo impotentes, sobre todo frente al nuevo tipo de libro por entregas que constituyeron los periódicos. De todo esto, algo quedó ya que, para Dufour (2003, 289), «los índices inquisitoriales llegaron a constituir un catálogo de las mejores obras publicadas en el siglo XVIII".
Falta conocer mejor la realidad y motivaciones de las pertinaces estrategias editoriales y mediadoras (inclusive los traductores) que imperaron en la publicación e introducción en España de tantas obras prohibidas. Lo cierto es que dan cuenta de una efectiva demanda social, con unos efectos que importa intentar valorar.
3. Unas trasferencias españolas. En el análisis de ese momento de la historia de España en el que repetidas veces se pretende conseguir que las fronteras impidan la penetración y circulación de las ideas a través de los libros y de los impresos —con la relativa ineficacia que destacaba Diderot—, conviene no quedarse con la habitual disyuntiva nacional/extranjero, cuando en este complicado entramado de trasferencias culturales, para lo esencial, entre Españoles anda el juego.
Son españoles los que se oponen a lo que viene no tanto de fuera como de la Francia de la Revolución o de Napoleón, lo mismo que los «enemigos del interior» abiertos a los aires de fuera y que no dejan de ser españoles cuando no tienen más remedio que actuar desde fuera. Conste que los editores y libreros franceses dedicados a la edición en lengua española, por lo común bastante ignorantes de ella, incluso cuando Rosa se llamaban [22] , solo pudieron ejercer su oficio con la colaboración de autores y traductores españoles o hispanófonos, bastante denostados por los guardianes de la pureza del idioma nacional.
En los adversarios de la importación de bienes culturales a través de las operaciones de traducción es, en efecto, recurrente la preocupación por la contaminación del genio de la lengua española “deturpada” por la lengua francesa, como consecuencia de las malas traducciones de los traductores españoles: además de los «enemigos del exterior» (todos aquellos autores que alimentan una rediviva hispanofobia a raíz de la guerra de 1893-95), España tiene «enemigos del interior», los traductores bajo cuyos embates lingüísticos se está depravando la lengua y corrompiendo el gusto. Como después escribirá el prologuista del tomo 33 de la Biblioteca de Autores Españoles , "las fútiles novelas galicanas (…) traducidas nos roban y asesinan la hermosa y rotunda lengua castellana, elevada a su perfección por los Garcilasos y Herreras, por los Granadas y Cervantes" (Botrel, 2006, 60). A la galofobia imperante después la Guerra de la Independencia, sucederá pronto una como guerra de liberación contra la dependencia en el campo de las letras (Baulo, 2006, 423), en pro de una literatura "libre de influencia extranjera", "enteramente nacional y propia de España" (Botrel, 2006a, 59). Pero conste que si resulta dañada la lengua, la responsabilidad suele ser de los traductores españoles (Botrel, 2006b, 2010).
Conste también que muchas expresiones españolas sobre asuntos vitales para el ser de España tienen fuentes o inspiradores franceses, incluso cuando de las relaciones que a ambos países afectan, como la Revolución o la invasión napoleónica.
De ahí que la Historia de Napoleón I [23] , «el gran capitán de nuestro siglo», esté escrita desde un punto de vista muy poco español: en la narración, por ejemplo, se habla de «los españoles» y el Dos de Mayo sólo se menciona con motivo de una escueta referencia a los «millares de víctimas sacrificadas en las aras del patriotismo y de la independencia nacional». Esta misma actitud de distanciamiento y la misma sobriedad se vuelve a encontrar en la Historia de la guerra de independencia española. Años del 1808 al 1814 (Madrid, 1859) , narrada en tiempo pasado, con una fría enumeración de los hechos y de las cifras, apenas matizada con algún que otro calificativo y casi sin más emoción que la manifestada de manera bastante convencional con motivo del regreso de Fernando VII «en medio de un pueblo entusiasmado que le había llorado ausente por espacio de seis años». Las tres ilustraciones insertas son las que al fin y al cabo mejor interpretan la historia desde un punto de vista español, con un trasunto en xilograbados del cuadro de Goya «El Tres de mayo» (p. 8), la escenificación de la entrega por Dupont de su espada después de su derrota en Bailén (p. 13) y el bombardeo —e implícita resistencia— de Cádiz (p. 18) (Botrel, 1987, 59-60).
En cuanto a la visión que a los Españoles se les ofrece de la historia de Francia, tiene constantes deudas con la literatura historiográfica francesa como la anónima historia de cordel Historia de Luis XVI, rey de Francia. Sacada del Cementerio de la Magdalena [24] , seguida por otra de tres pliegos, la Historia de la revolución francesa (Episodios de 1793 a 1804) por M. B ., cuya fuente es obviamente la Historia de los Girondinos de Lamartine (Botrel, 2009). De la misma manera, las traducciones de novelas francesas, como las Dumas o de Féval, contribuyeron mayormente a alimentar la imaginación de los lectores españoles al respecto (Botrel, 2006b).
Después de 1833, cuando el nuevo estado liberal empieza a inventar la nación española, no cambia mucho la situación ni la perspectiva: las crecientes importaciones de textos (tanto por el teatro como para la terapéutica farmacológica, por tomar dos ejemplos, pero también de imágenes y métodos (como pasó con la historiografía [25] ), producen las mismas paradójicas consecuencias de protestas y de nuevos consumos, y los sucesivos exilios en Francia son causa de nuevas publicaciones en español (Vauchelle, 2003), para uso de los españoles de fuera y de dentro (en la medida de lo posible), con unas importaciones "romanas" no denunciadas por ser "consubstanciales" y una creciente presencia anglosajona (inglesa y alemana). España va preocupándose cada vez más por transferir hacia sus antiguas colonias su producción original o traducida, en lengua española, compitiendo con Francia, Inglaterra, Alemania, Norteamérica, etc.
Sirva este rápido y somero repaso a una parte de las trasferencias culturales habidas en España entre 1789 y 1833 para sugerir la necesidad de plantearse su estudio, no desde una normativa ideologizada que lamente el fenómeno, sino desde unas expectativas y prácticas reales que abarque todo los bienes materiales o inmateriales, impresos y no impresos, así como sus efectivos usos. A la visión pasiva o agredida de las relaciones culturales, es preciso sustituirla por otra más activa y dinámica que valore el fenómeno: aunque las trasferencias culturales desde Francia se hayan tenido por otra invasión aunque pacífica, lo cierto es que de Españoles fue a menudo la iniciativa, por motivos económicos o ideológicos y que con la cooperación de los españoles, desde fuera, o desde dentro, se llevó a cabo. Por muy asimétrica que sea a veces, excepto en situaciones de invasión y ocupación, se trata de una contribución "natural" a la construcción de cualquier nación.
Jean-François Botrel (Université Rennes 2).
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[1] “ Orille usted, señor, todas nuestras fronteras con soldados, pertréchelos con bayonetas para repeler todos los libros peligrosos que se personen y estos libros, si me permite la expresión, se colarán entre sus piernas o saltarán por encima de sus cabezas y llegarán hasta nosotros” (citado por Lucienne Domergue, 1984, 201)
[2] Trátese de traducciones, de modelos editoriales, de imágenes, de adaptaciones de obras dramáticas, de material tipográfico, sin olvidar la prensa y los desplazamientos físicos o la moda.
[3] Véase, al respecto, las obras y reflexiones de Francisco Aguilar Piñal, François Lopez , Jean-Marc Buigues y Manuel Morán Martí.
[4] Sobre este inagotable tema, véase los numerosos libros escritos o dirigidos por Francisco Lafarga (1989, 1996, 1998, 1999, 2004) o M.-L. Donaire (991) y el Diccionario histórico de la traducción en España co-editado por Lafarga y Luis Penegaute (2004).
[5] Véase Marrast (1989) y Villar (1993, 1994).
[6] Véase cómo, en 1808, los madrileños saben identificar un papel impreso que "les pareció francés a todos" mereciéndoles desprecio aquel “papelucho " (Pérez, 2008, 41), A otro papel impreso anónimo en el que "se inclina a la nación a mudar de constitución y aun también de dinastía", " todos le tenían por parte de la imprenta de Murat" (Pérez, 2008, 96)
[7] Morán Martí (2000, 25), por ejemplo, declara que “se han desestimado la música, poesías exentas, caricaturas y otros grabados, periódicos (aunque no las guías ni almanaques de periodicidad anual) y en general los papeles de muy poca entidad, identificables por su precio, inferior a dos reales, o apostillas del tipo "puede ir en carta".
[8] Según Morán Martí (2000, 140), “este auge se centró sobre todo en la prensa (…) y otros impresos ligeros, orientados a dar cuenta de los acontecimientos" ( en Cádiz "no compraban sino papeles que cebasen su curiosidad") y durante el Trienio Liberal se da una "polvareda de papeluchos", un material inventariado por Alberto Gil Novales y para épocas anteriores por Ana María Freire (1983, 1993) o M. L. López Vidriero (2002).
[9] Véase, por ejemplo, el modélico estudio de Jesusa Vega (2013) sobre las imágenes de Fernando VII.
[10] Como la Representación de un Español refugiado en Francia a su Majestad Católica Fernando VII, rey de España (1816, 16 p. ) o, en 1819 el Discurso de un magistrado de la Andalucía en defensa de los Españoles que sirvieron empleos en las provincias ocupadas por las armas francesas (Vauchelle, 1985, 24)
[11] Más de 20 000 ejemplares entre 1814 y 1833; 8500 en 1824 debido a la ola de refugiados.
[12] Garcilaso, Meléndez Valdés, Iriarte, el Guzmán de Alfarache , el Lazarillo , Gil Blas (con una tirada de más de 6 700), las Novelas ejemplares , el Quijote (con tiradas cumuladas de más de 7 000 ejemplares), etc.
[13] Como las obras de Fernández de Moratín (4 tomos) o las Obras literarias de Martínez de la Rosa
[14] Cf. Botrel, 2014.
[15] Véase Domergue, 1996.
[16] Véase Domergue, 1984, 127 y ss.
[17] Para los libros extranjeros, hasta 1790 los administradores de aduanas tenían que remitir la lista detallada de las obras reconocidas a las Directores de Rentas los cuales a su vez las pasaban al Consejo. En octubre de 1792 se inhibió en el Ministerio de Estado el examen de los libros franceses y se decidió que la censura de esa literatura sospechosa fuera ejecutada por unos delegados en las aduanas y puertos, con una descentralización del control con dos Revisores (uno real y otro que era comisario de la Inquisición, y la consiguiente competencia entre autoridades eclesiásticas y poder real, pero también su cooperación , como durante la Revolución Francesa para la prohibición de libro subversivos (Dufour, 2003, 288)). En 1824 (11 de abril), se prescribe un control severo de las obras que se presenten en las aduanas españolas (Vauchelle, 1985, 25).
[18] Debido al “poco celo de muchos ministros del Santo Oficio más preocupados por el cobro de los derechos inherentes a sus controles que por la eficacia de sus trabajo especialmente en las fronteras y su escasa preparación lingüística” (Dufour, 2003, 287).
[19] Incluso en tiempos de la Constitución de Cádiz, como observa Claude Morange (2008, 167), quedan excluidas las obras religiosas de las nuevas disposiciones sobre la edición.
[20] Citado en traducción francesa por Domergue (1984, 164).
[21] Como el consistente en hacer falsas declaraciones en Francia (incluso durante el Trienio liberal), del lugar de impresión de obras supuestamente impresas en España (para presentarlas como productos auténticamente españoles y hacer olvidar el pasado político de los autores que fueron afrancesados" (Vauchelle, 1985, 25) como las cartas de Cabarrús al Señor don Gaspar de Jovellanos o la Apología católica de Llorente (Vauchelle, 1985, 27). O introducir libros "peligrosos" traducidos al español con títulos de obras piadosas pe el Journal de Saint Hélène se ha transformado en Vie de Sainte-Marie , Le compère Mathieu (obra licenciosa) en Vie de Sainte-Thérèse , etc. (Vauchelle, 1985, 28).
[22] A este librero durante mucho tiempo se le tuvo por español cuando del Este de Francia procedía (Botrel, 1997, 289).
[23] Véase Botrel, 1986, 47.
[24] Valladolid, Santarén 1851, 23 p. in 4° (3 pliegos).
[25] Cf. Cirujano Martín, 1985.